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Y que reviente el mundo.

Y que reviente el mundo, que nos estallemos por dentro, que expulsemos todo, que gritemos a viva voz hasta quedarnos sin respiración y agotar a nuestros pulmones, que corramos hasta que sintamos arder la garganta y al corazón casi saliéndose del pecho, que bailemos toda la noche y que el Sol nos pille bailando, que riamos hasta que nos duelan las mejillas, que saltemos tan alto que rocemos las nubes con las yemas de los dedos, que soñemos hasta donde nuestra imaginación nos deje, que saltemos los charcos y empaparnos enteros, que sintamos la vida recorriéndonos por dentro y dejándonos llevar por las ganas y el optimismo. A ocho de diciembre, viernes.

Tú y el mar, el mar y tú.

El mar me hace sentir la libertad. Me siento libre cuando me sumerjo hasta el fondo y noto ese toque sabor a sal en tus labios al besarte. También siento que puedo devorar al mundo cuando el viento sopla tan fuerte que me revuelve el pelo a su antojo, unos mechones hacia el Norte de la brújula y otros hacia el Este. Parece que la libertad incrementa a medida que el aire sopla con más fuerza, tanta, que llega a reventar las olas con cada vez más ganas. Choca contra las rocas de los acantilados, desgastándolas con cada ida y venida. Es el mar a quien escucho en las caracolas que coloco en mi oído. Es el mar el que me hace sentir con la libertad dentro de mí. Es el mar al único que puedo disfrutar en la playa, cuando la tímida arena se cuela por los huecos de mis dedos. Sin embargo, tú consigues llenarme de tantas ganas (o más) con el simple hecho de sonreírme mirándome a los ojos mientras me das la mano. A dieciocho de octubre, miércoles.

Once.

Hoy, día once de octubre, he experimentado (de nuevo) lo bonito que es estar viva. Sonreír mucho. Bueno, mucho no, muchísimo, que nunca está de más y siempre tiene cierto toque optimista que ilumina el día del resto. Correr y sentir el alma ardiendo por dentro, cómo las pulsaciones se aceleran y notar cada contracción del corazón, cómo late cada vez más rápido, cómo tu respiración se revuelve y forma un huracán. Un huracán de energía y buenas vibraciones que te inundan por dentro, llenándote de ganas de seguir hacia delante, de afrontar lo que venga y, sobre todo, de ser feliz. Ser feliz y transmitirlo, a quien sea, como sea, logrando ser el cambio que quieres ver en el mundo. Dame la mano, vamos a intentarlo, seguro que no es tan difícil. A once de octubre, miércoles.

Mar.

Es como la ola del mar que intenta alcanzar las estrellas, que intenta devorar la Luna, creyéndose que únicamente sirve con ir a por su reflejo. Intenta alcanzarlas, reventándose contra las rocas afiladas de los acantilados, como si fueran los dientes de un lobo. Sabiendo que, inevitablemente, acabará deshaciéndose en la arena que se nos cuela entre los dedos de los pies al caminar, dejándola mojada una cuestión de segundos. Sin embargo, no se da por vencida, vuelve a por ello siempre, poniéndose de vez en cuando más y más furiosa, alcanzando incluso 10 metros, soñando que viaja por el cielo, quedándose en las nubes y tirándose en caída libre en forma de gotas cuyo objetivo es llegar al suelo. A veintisiete de septiembre, miércoles.

Imperfecciones.

Quizá en algún momento de mi vida me pregunte a mí misma porqué pensé esto, pero: qué bonita y única es la imperfección. Puede que no estéis de acuerdo, pero, a mí, me encanta ver la cama deshecha, encontrar papeles distribuidos por la mesa, algún calcetín sin pareja en un cajón que no es el suyo, una moneda en el bolsillo de aquel abrigo que no te pones desde el invierno pasado, un botón suelto de alguna camisa, una tapa azul de un bolígrafo ya gastado, un llavero sin anilla en la caja de recuerdos que nos llenan la memoria de nostalgia. Igual estoy yo equivocada o a lo mejor veo la vida desde el punto de vista que no debo, pero, supongo, que soy feliz así, con las subidas y bajadas de la vida, con las pequeñas tonterías del día a día, con las risas de un chiste malo, con un simple 'por favor' o un 'gracias' que tanto se echan en falta últimamente, con una sonrisa porque sí, con sencillos gestos que pasan de hacerte ver trucos a descubrir la magia. Incluso ahora mis

Madrid:

Madrid, me encanta verte amanecer, despertarte con ganas y radiante, quitándote las legañas de la noche larga, imaginar cómo las nubes de tus sueños vuelan cada vez más alto, hasta que rozan el Sol de tu mirada y se desvanecen como el humo de mi café. Sigo mirando por la ventana de mi tren y veo la noche desapareciendo poco a poco y con ella todos los recuerdos de la madrugada, de las conversaciones hasta las tantas, de los momentos frágiles de la mañana que nos abrazan el alma y nos hacen sonreír hasta que nos duelan las mejillas. Y mientras tú sigues amaneciendo, yo me pierdo en mis pensamientos, acordándome de los paseos nocturnos por las vías del tren, del reflejo en el agua de las luces encendidas, de las carcajadas estalladas, pero sobre todo, de ti. A cinco de septiembre, martes.

Cuando esperas tan poco y te dan tanto:

No hay nada más bonito que alguien te enseñe el universo entero cuando tú sólo esperabas un mundo, que te enseñen el mar cuando tú sólo mirabas dentro de una caracola para escuchar su sonido, que te enseñen todas las estrellas cuando tú sólo mirabas una constelación, que te enseñen que para volar no hacen falta alas, que se puede reír con la mirada, ser feliz con poco, querer con todo, soñar con el alma, arriesgar y ganar, perder y aprender, bailar bajo la lluvia y no mojarte, encontrar la Luna en tu sonrisa, conseguir todo lo que uno se proponga, sonreír hasta que duelan las mejillas, gritar a pleno pulmón y no quedarse afónico, disfrutar, y, sobre todo, vivir; así que llénate de todo lo que necesites y aprovecha la oportunidad que nos brinda cada segundo del día para ser felices. A dieciséis de agosto, miércoles.

Ese instante (ojalá sepas del que hablo).

Qué bonito es ese instante en el que sientes que absolutamente todo está conectado, que todo está donde debe estar, como cuando el cielo se da la mano con el mar, como cuando las olas se deshacen contra los acantilados, como cuando cae la última gota de la tormenta, como cuando aparece un arco iris en el rincón más escondido, como cuando una sonrisa aparece de la nada, como cuando una risa estalla en el más absoluto silencio, como cuando unes todas las estrellas del firmamento a tu antojo, como cuando una mirada lo dice todo sin palabras, como cuando escuchas una canción que te llena con cada acorde, como cuando el viento sopla y te revuelve el pelo dejándote el sabor de la libertad, como cuando te entran los nervios antes de verle, como cuando dejas vía libre a tu imaginación y a tus sueños, como cuando eres capaz de hacer feliz, como cuando decides vivir y parece que ese instante del que hablaba antes, consigues hacer que se vuelva infinito. A nueve de agosto, miércoles.

Tus ojos marrones.

Tus ojos marrones me recordaban al otoño, cuando las hojas de miles de tonalidades ocres se deslizan haciendo diagonales infinitas hasta que caen al suelo.  Cuando hablabas de algo que te entusiasmaba, brillaban más que nunca, y me recordaban a esos días en los que el Sol, con ganas de salir, aparece entre las nubes que colorean el cielo de un blanco grisáceo. Tus ojos eran especiales, de un color, no había ningún tipo de mezcla en ellos, pero eran únicos.  Y yo, sin saber por qué, decidía embarcarme en un viaje sin brújula y sin mapas, decidía aventurarme a la locura, dejándome llevar por las ganas y el optimismo, y quizá por eso mismo, el viento siempre estaba de mi parte. El oleaje iba y venía, y yo con él. Y cuando el Sol se escondía de nuevo en el lejano horizonte, aparecía la noche y yo me encontraba mirando a tu negra pupila con una cantidad inmensa de destellos que tenían cierto parecido a las estrellas de todo el firmamento. A treinta de julio, domingo.

Tormenta.

Escuchaba al viento aullar como un lobo lo hace a la luz de la Luna, que conseguía entrar a través de la ventana resquebrajada por la fuerza de la lluvia. La tormenta llevaba ya horas y horas rugiendo con fuerza y no parecía que fuera a cesar en ningún momento. Me daba miedo mirar por la ventana, no fuera a ser que los restos de cristales que todavía resistían estallaran sin previo aviso. Sin embargo, decidí mirar. El mar cada vez rompía con más furia contra las rocas y el acantilado comenzaba a tener apariencia de abismo. Al principio se asomaban gotas de agua, pero, llegó un momento en el que esas gotas pasaron a ser innumerables cantidades de agua que amenazaban con llevarse todo lo que quisieran por delante. Y, ¿quién sería yo para impedírselo? La única opción que conseguía barajar era la de dormir y esperar a que la tormenta se cansara de descargar toda esa energía sobre aquella ciudad. Aunque, ¿por qué debería dormir y perderme aquel espectáculo que me estaba regalando la nat

Hablando de imposibles.

Sentirse pequeño ante el inmenso océano, bucear hasta el fondo sabiendo que estás perdido como una aguja en un pajar. Aunque, más de una vez he escuchado eso de que si te pierdes, sólo mira dentro. Por una vez en mi vida, hago caso. Y miro. Me quedo mirando un rato largo, no solamente echar una ojeada por encima, si no mirar con profundidad, casi tanta que me pierdo en mí misma. Quizá me atrevería a decir que era algo imposible, era como una cuestión de perderse y encontrarse continua, como un escondite que nunca acaba, como personas que aparecen en tu vida y te abren puertas que nunca habrías conseguido imaginar. Quizá de eso trate la vida, de encontrarse y perderse miles y miles de veces, mientras el reloj corre y la libertad nos hace volar. A once de julio, martes.

Palabras que vuelan y me llevan a lo más alto.

Me pierdo entre las palabras, buceo y no me ahogo, vuelo sin alas, recorro los infinitos laberintos y nunca me pierdo. Y a la vez, siempre me encuentro. Es el sin sentido de la vida, y al mismo tiempo no sería capaz de ver el significado sin ellas. Me pierdo tantas veces que acabo por perder la cuenta, no me llegan los dedos de las manos y ni siquiera soy capaz de recordar cuál fue el último número que pensé. Y justo en ese momento en el que me estoy planteando empezar a contar desde 0 otra vez, me encuentro, decido olvidar los números y empezar a disfrutar de esa libertad que siempre me regalarán las palabras. A veinticuatro de junio, sábado.

Bucear, sumergirse y nadar mar adentro.

Pero qué bonito es sumergirse hasta el fondo del mar, ver la cantidad de animales que nadan por las profundidades y enamorarse de todas las variedades de colores que uno encuentra. Qué bonito sumergirse y poder bucear todo el tiempo que se quiera, sin necesidad de bombona de oxígeno, sin necesidad de salvavidas, porque, en el fondo de tu alma sabes con plena seguridad que te mueves por océanos tranquilos. Y, que por mucho que te hayan contado anécdotas de que adentrarse hacia mar adentro es peligroso, sabes con certeza que siempre acabarás en la orilla, sano y salvo. Aunque, ¿por qué siempre gritar 'tierra a la vista' y volvernos locos de alegría? Quizá por la seguridad que nos trasmite. Aunque, ¿qué sentido tendría la vida si no hubiera montañas rusas? ¿Si todo fuera absolutamente monótono y nunca saliéramos de la rutina? A lo mejor la respuesta esté en encontrar tu propio océano, en encontrar esas olas que siempre te muevan haciéndote sentir en calma. Puede ser que te p

Bañándome entre quizás y el sentido de la vida.

Quizá el enigma del sentido de la vida sepamos resolverlo cuando sabemos quiénes somos, cuando encontramos nuestro alma escondida por un recoveco de algún recuerdo. Quizá consigamos saber el sentido de la vida cuando llegamos a ese punto en el que, parece que todo está absolutamente conectado, que todo fluye de la manera en la que debe y que, tú te sientes en paz contigo mismo y con los demás. Ese instante que puede durar desde milésimas de segundos hasta años. Quizá el sentido de la vida lo encontremos cuando miramos a unos ojos, quizá al derecho o quizá al izquierdo, cuando miramos a esos ojos y buceamos en ellos, como un mar sin olas que nos ahoguen, como una playa a la que siempre podemos regresar y encontrar tranquilidad, como unas aguas que nos mecen hasta conseguir que conciliemos el sueño. Quizá el sentido de la vida esté en ti, en mí o en todos nosotros. Quizá el sentido de la vida sea cada una de las personas que se cruza por tu vida y decide quedarse para alumbrarte y que

Déjame que te levante.

Y el cielo se rompe encima nuestra, las nubes se fragmentan y se individualizan, separándose las unas de las otras por ese aire que no hace más que empujarlas en diferentes direcciones. Pero, es esa fuerza la que me sorprende, esa fuerza con la que luchan para entrelazar sus trozos blancos de algodón y mantenerse unidas. Quizás por un rato corto, o quizás para siempre. En otras ocasiones, el aire decide jugar en contra del mar, juega a empujarlo una y otra vez contra todas esas rocas del acantilado. Lo hace con tanta fuerza que parece que las olas se van a resquebrajar en cuestión de segundos, que no van a aguantar más y que van a estallar. Pero también se decantan por la opción de bailar al mismo compás, de darse la mano y conseguir mover los pies a la vez, al ritmo de la música. Otros tantos momentos, el viento pone a prueba al fuego, a ver cómo reacciona cuando sopla, a ver si consigue mantener esa vela encendida, o la apaga a la mínima. Y mientras todo esto pasa, aquí estoy yo,

Luces e ilusiones.

Y qué bonito es que una persona sea capaz de iluminar su camino y el tuyo a la vez, con tal de guiarte y que no te caigas, con tal de que siempre tengas una luz que te mantenga en pie y que, así, no te pierdas. Qué bonito es también encontrar personas dispuestas a sacrificar su propia luz con tal de alumbrar al resto, personas dispuestas a darlo todo por los demás casi sin dejar nada para sí mismos porque así iluminan todavía más que el Sol cuando es de día y más que las estrellas y la Luna unidas de la mano cuando es de noche. Esa luz que llega de golpe, como un foco en medio de toda la oscuridad y es exclusiva para ti, para que no te sientas solo y que nunca se te olvide que tienes a alguien pendiente para cuidarte. Esa luz que se encuentra en la mirada de cualquiera que habla de todo aquello que le gusta, con ese entusiasmo tan característico de cada uno que le ponemos a todas esas cosas que nos encantan, a todos esos libros, ciudades, rincones e incluso personas que nos llenan

25.

Y cuántas historias se esconden detrás de los libros, de cada pincelada de los millones de cuadros que podemos encontrar en cualquier museo, de cada verso, de cada beso, de cada sonrisa, de cada "gracias". Cuántas historias perdidas en el recuerdo, perdidas en el inmenso océano de la memoria, que de vez en cuando nos trae imágenes concretas con el vaivén de sus olas. Cuántas historias que se pierden con cada ráfaga de viento y vuelven a casa en forma de huracán. Cuántas historias perdidas por Madrid. Porque, siendo sinceros, perderse es más fácil de lo que parece, salir por cualquier boca de metro que a saber dónde nos lleva, buscamos las placas para saber en qué calle estamos, pero no conseguimos encontrarnos. Seguimos dando vueltas y vueltas, hasta que nos mareamos. Perderse es demasiado sencillo, pero quizá encontrarse lo sea mucho más todavía. Nos vemos de nuevo y salimos en nuestra propia busca, corriendo con las ganas que siempre se tienen al principio: da vueltas,

21:47.

Vi la vida con más colores que nunca, sentí a las estrellas brillando dentro de mí, a la Luna sonriéndome con la ternura con la que unos enamorados se miran entre sí, al Sol iluminándome todo el camino por delante y al mar susurrándome suavemente al oído para que me durmiera cuanto antes. Aunque, esa noche no quería abandonarme a los brazos de Morfeo, quería tener la mirada puesta en cada detalle y era incapaz de pasar por alto aquella cantidad de casualidades o de imaginaciones que rondaban mi cabeza en aquel instante. Quería detener el tiempo, buscar la manera de agarrar la aguja del reloj y hacer que no se moviera nunca, parar la vida y así sentir cómo puedo congelar ese momento durante todo el tiempo que yo quiera. Sin embargo, ¿qué sería de la vida si no siguiera su curso? ¿A dónde iríamos nosotros si parásemos nuestro tren solamente para ver el atardecer en el que el Sol se refugiaba todos los días? Y fíjate si había días por delante, si cada atardecer era único, si nosotros l

Miradas con sabores dulces.

Qué capacidad de sintetizar la vida tenéis aquellos que únicamente pensáis que lo importante es el color de ojos, que el azul es mucho más bonito que el verde o que el marrón está por encima de cualquiera. Pero, ¿qué hay de la luz de la mirada? De ese fuego que arde dentro de cada uno prendiendo cada roce y cada instante, descubriendo un universo entero en una pequeña pupila en la que uno puede perderse sin límite de veces, en la que podemos bailar incluso cuando no nos sepamos los pasos, en la que podemos cantar tan alto como queramos, en la que podemos sentirnos libres siempre. Qué bonito eso de ver brillar la mirada, de fijarse en cómo se enciende cuando hablamos de nuestro libro favorito o cómo se ilumina con cada carcajada que ha sido guardada hasta que no podíamos más y estallamos.  Estallamos y nos prendemos enteros, aunque era algo único porque ese fuego no quemaba, solamente nos encendía hasta hacernos brillar más fuerte que el Sol. Quédate con esas miradas en las que p