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Mostrando entradas de abril, 2020

Cuestión de tiempo:

A veces me gustaría guardar en un cajón todos los buenos sentimientos para que, en días tristes, fuera capaz de rescatarlos y hacerlos iluminar toda la habitación. Poder recurrir a ellos siempre que fuera necesario para recordarme que, sea lo que sea, pasará. Siempre me han enseñado que el tiempo lo cura todo. Sana las heridas, como si la aguja que marca las horas se convirtiera en aguja de coser y arreglara los rotos. Quizá sea un reloj de arena que va rellenando los huecos internos haciendo que únicamente se vean las grietas. O puede que sencillamente sea el viento que traen los años que hace que la tristeza se vuelva más ligera y pese menos sobre mis hombros. No sé cuál de todas será la respuesta o ni siquiera si es alguna de ellas, pero, lo que sí sé, es que es cuestión de tiempo que te encuentres a ti misma bailando feliz bajo la lluvia donde, antes, sólo veías tormenta.

Contar hasta diez:

¿Y si no? ¿Y si se desmoronan todos nuestros planes justo cuando los creíamos al alcance de nuestra mano? ¿Y si se resquebrajan todos los sueños e ilusiones y se queman en la hoguera de lo imposible? ¿Y entonces ahí qué? ¿Dónde podemos guardar todas esas ganas sin que desaparezcan para siempre?  Siempre quise esconderlas para poder rescatarlas. Nunca lo conseguí. Me inundó el miedo de lo desconocido. Entró por las grietas de los infinitos rotos y descosidos, haciéndose cada vez más hueco para calar lo más hondo posible. No pude pararlo. Se apoderó de mí y cubrió de negro todo lo demás. Hizo que no viera más allá donde antes la imaginación era libre. Me quedé sin saber qué hacer. A día de hoy sigo sin tener una respuesta firme. Quizá el escondite de las ganas se encuentra dentro de mí y todavía estoy intentando descubrir dónde. Puede ser también que esas ganas nunca se hayan ido del todo y estén aguardando a que acabe de contar diez para ir a buscarlas. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Se

Abrazos:

Hay momentos en los que lo único que necesitas es un abrazo. Sentir el corazón de la otra persona palpitando al mismo compás. Darte cuenta de que nunca querrías que acabara. En ese instante en el que estás tan cerca de alguien, ves el miedo que te da que ese sea el último abrazo. Hay veces que no lo sabes. Otras que sí y da tiempo a despedirse. Nunca me gustó decir "adiós". Significa que no hay vuelta y, eso, siempre rompe. Quizá mejor un "hasta luego", dejando, como poco, una mínima posibilidad de futuro reencuentro. Y, volviendo al inicio, sigo queriendo quedarme un rato más en ese abrazo que tanto necesito. Parar el mundo y que deje de girar por unos segundos. Disfrutar de ti. Una vez más.

Seguiréis conmigo siempre:

Qué maravilloso es recordar. Cerrar los ojos, abrirle las puertas a tu memoria para que vuele libre y te lleve a donde sea. Hasta lo más profundo de cualquier recuerdo feliz, que te sumerja en él y te haga revivir todas y cada una de las sensaciones de ese instante. Quizás una carcajada, unas lágrimas, un abrazo de esos que reconfortan, una mirada que cala hondo, una sonrisa sincera, una despedida. Siempre me he preguntado si es mejor tener la posibilidad de despedirse o no. De decir adiós y te echaré de menos. De que se te desgarre el alma porque sabes que no habrá reencuentro. Que no habrá más oportunidades.  Pero todo eso es mentira. A esas personas te las vuelves a encontrar en fotos, en música, en gestos, en la felicidad, en ti. Esas personas que llegaron tanto a ti y te abrazaron tan fuerte el corazón siempre dejan huella y nunca se borra, por mucho que llueva y haya tormenta. Ahí estarán. Para sonreírte desde donde quiera que estén y sentirse orgullosos de todo lo que has conseg