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Mi favorita:

Miradas con sabores dulces.

Qué capacidad de sintetizar la vida tenéis aquellos que únicamente pensáis que lo importante es el color de ojos, que el azul es mucho más bonito que el verde o que el marrón está por encima de cualquiera. Pero, ¿qué hay de la luz de la mirada? De ese fuego que arde dentro de cada uno prendiendo cada roce y cada instante, descubriendo un universo entero en una pequeña pupila en la que uno puede perderse sin límite de veces, en la que podemos bailar incluso cuando no nos sepamos los pasos, en la que podemos cantar tan alto como queramos, en la que podemos sentirnos libres siempre. Qué bonito eso de ver brillar la mirada, de fijarse en cómo se enciende cuando hablamos de nuestro libro favorito o cómo se ilumina con cada carcajada que ha sido guardada hasta que no podíamos más y estallamos.  Estallamos y nos prendemos enteros, aunque era algo único porque ese fuego no quemaba, solamente nos encendía hasta hacernos brillar más fuerte que el Sol. Quédate con esas miradas en las que p

Los recuerdos:

  ¿Qué regresa, pero no puede volver? Los recuerdos. Siempre esas imágenes que se repiten en bucle una y otra vez. Al principio con nitidez y claridad. Y, poco a poco, van desgastándose. Olvidándose algún que otro detalle. Desvaneciéndose en el laberinto de la memoria, sin que sepa el camino para recuperarlo. Y, una vez ahí, casi en medio de la nada, no puedo rescatar tu voz, tu olor o, simplemente, a ti.

La muerte está tan segura de su victoria que nos da una vida de ventaja:

  Hay una frase que he escuchado infinidad de veces: “ la muerte está tan segura de su victoria que nos da una vida de ventaja ”. Siempre creí que tuviera razón. Aunque, últimamente, quizá no tanto. ¿Acaso la muerte gana? Un jaque mate implica vencer al otro, pero, igual deberíamos cambiar la manera de verlo y, simplemente, disfrutar de la partida. La vida nos regala absolutamente todo: un atardecer, una caricia en la mejilla, entrelazar las manos, una sonrisa, la luz en la mirada, una canción que roza el alma, contar estrellas (fugaces o no) por la noche, cambiar de perspectiva y buena compañía. Detalles. Pequeños. Casi imperceptibles para algunos. A lo mejor ahí está la clave: en saber mirar lo que (casi) nadie ve.

¿A dónde va el tiempo cuando lo perdemos?

“¿A dónde va el tiempo cuando lo perdemos?” Es una pregunta que leí hace poco. No tengo del todo claro cómo responderla, pero, quizá se haga más chiquitito cuando no hacemos nada con él. Nos espera, a que queremos darle la mano. A que queramos pasear y jugar con sus manecillas. A que estemos dispuestos a dejar correr la arena entre las diagonales de cualquier reloj. El tiempo siempre ha sido relativo. Directamente proporcional a la risa del momento. A la compañía. A la paz. Al sencillo (que no simple) hecho de sentir hogar y no estar en casa. 

Yo conmigo:

Me asusta buscar y no encontrar. No reconocerme entre los versos. No conseguir leerme cuando escribo todo esto que se me desborda entre las manos. No consigo que deje de brotar y sigue floreciendo. Quizás esté bien así. A lo mejor sólo tengo que observar cómo nace dentro de mí queriendo salir para gritárselo al mundo. Sin embargo, cuando me paro a escuchar, estoy diciéndolo en bajito, quedándomelo para mí, dándome cuenta (una vez más), de que el mundo da igual, mientras sea y esté yo conmigo.

El amor:

El amor llega y lo llena todo. Sin ningún tipo de miedo, derribando barreras y quemándote por dentro. Te remueve, te hace sonreír porque sí, te brillan los ojos. La vida se vuelve, sencillamente, maravillosa. Como, si, de repente, todo volviera a tener cierto sentido que, quizá, se nos estaba olvidando. Y en los márgenes del presente donde te planteas si sí o si no, entiendes que, de alguna forma u otra, el amor es todo aquello que no es pregunta, pero sí respuesta.

Reencuentros:

A veces nos reencontramos con el pasado. De golpe, de frente y sin previo aviso. Contra todo pronóstico, se vuelve presente (y no precisamente como regalo). Nunca supimos cómo entendernos, el pasado quería ser presente y futuro y, yo, bailando entre mis indecisiones, a veces le dejo. Porque ahí estoy cómoda, porque es oasis en desierto, música en silencio (y mi canción favorita, para rematar) y nunca dejo de encontrarte (hay momentos hasta dudo de si quiero). Decido rebobinar recuerdos y ponerlos en bucle. Una y otra vez. Porque el tiempo contigo nunca fue suficiente, porque el alma brilló como jamás la había sentido y porque me gustaba todo de ti.  Por mucho que me guste o no, mientras me quedo a vivir en ti, pretérito, me olvido del ahora, de lo que realmente tengo y de lo que verdaderamente importa: yo conmigo. La perspectiva nos enseña que, con el paso de las agujas del reloj, todo duele menos, el vacío desaparece y la ausencia deja de pesar. Y, la verdad, que menos mal.

Versos y tú:

Digamos que no sé qué sería de mí sin los versos, sin la poesía, si pienso que mejor conjugar los verbos contigo que conmigo, si se me olvida el mundo cuando nos perdemos entre las letras y nos encontramos mirándonos a los ojos. Siendo sincera, quiero no dejar de buscarte nunca. Pero que seas tú quien me encuentre en las rimas. Por si me voy. Por si algún día me olvidas.

Siempre encontrándonos:

A veces se refresca el corazón en días como hoy, donde la lluvia limpia el alma de recuerdos, arrastrando consigo todo lo que pesa, dejando así el cuerpo libre de cargas. Llenándolo todo de ganas de mirar al mar, de ver la caída que asoma por el precipicio, sentir el tambaleo de los pies; el miedo a saltar. Pero, mucho antes que eso, llega el cosquilleo preguntándonos “¿y si sí?”. Yo todavía no sé muy bien qué responderle porque nunca tendré la certeza absoluta. Lo único que sé es lo que tengo ahora: la plena libertad de querer saltar y, más tarde, ver qué pasa. Mientras tanto, sólo nos queda disfrutar de la caída sintiendo el viento en la cara para acabar por perdernos y una veces en nuestras miradas. Pero siempre encontrándonos. Como faro que es hogar en mar abierto. Como luz en plena oscuridad. Como tú entre tanta gente.

Esencias propias:

Qué bonito descubrirse a uno mismo. Encontrar tu esencia en algún rincón, en el horizonte, en una puesta de Sol, en la Luna, en el oleaje, en tu constelación favorita, en una canción, en un abrazo, en unas manos entrelazadas, en la vida.  Reconocerte a ti y al mundo que, eso que tú tienes, es sólo tuyo. De nadie más. Asumir esa parte de ti y quererla supone una auténtica revolución interior. Casi me atrevería a decir que es como volver a nacer. Recuperar el tiempo contigo por las veces que no estuviste ahí para ti, que creíste que no lo merecías, que no eras suficiente. Y, una vez que te reconoces frente al espejo y sonríes por lo que hay fuera y sientes por dentro, sencillamente, quieres compartirlo para buscar otras almas y esencias que bailen al mismo compás.

Tus caricias, risas y tu ausencia:

¿Cómo es posible que tus caricias fueran faro y mar abierto? Eras pura contradicción en ti misma. Física y química. Me hacías sentir revolución mientras todo estaba en calma. Guerra pacífica. Corazón con cabeza. Entender sin palabras, con silencios. Pedirte a ti los deseos y no a las estrellas fugaces. Soñarte despierta. Volver a ti. Encontrar recuerdos que rompen y recomponen. Que enfrían y calientan el alma mientras el tiempo pasa y a la vez no avanza, como si las manecillas se hubieran quedado paradas en el último beso. Echarte de menos y de más. Querer construir de nuevo, pero sin derribar las ruinas. Oposiciones similares que acababan por tener todo el sentido del mundo.

Su y mi:

Ya dudo de si el universo se escondía tras sus ojos, vivía en su cuerpo o se alimentaba de su risa. Tenía el mundo en la palma y la vida se reconstruía entre sus dedos. Su sonrisa descuidada que bailaba al son de las caricias y su alma inquieta por asomarse siempre al borde del precipicio.   El abismo en sus pestañas y, en cada parpadeo, terremoto de emociones que se quedaban a bailar en mi estómago. La distancia se volvió relativa en el último abrazo, se acercaron los cuerpos mientras que los corazones se alejaban. Y, después de todo, aquí sigo. En reconstrucción. Buscando ese universo en mí, ya sea en mis ojos, cuerpo o risa.

Espacios y tiempos:

Sentirme astronauta en tu mirada, saltar de lunar en lunar, creando constelaciones con la sintonía de tu risa mientras desafiamos al tiempo quedándonos a vivir en el recuerdo. Llegar a creer que tu nombre inspira a la vida para que me sonría al verme cruzar. Nunca olvidar (por desgracia) que el pasado está más presente que tú. Pero, recordarme a mí misma cada noche que el cielo sigue brillando, que mis alas ya no son de papel y que el corazón te echa de más y no tanto de menos.