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Mostrando entradas de septiembre, 2018

Y:

Y los pies descalzos justo en el acantilado, el pelo suelto revoloteando contra el viento, los párpados soñando con volar junto los pájaros, la sonrisa tímida y escondida tras el brillo de tus ojos y la vida entre mis manos. A dieciocho de septiembre, martes.

Fuego y cenizas.

Y que tenemos un fuego dentro que nos abrasa cada parte si no lo seguimos. Que nos quema con cada decisión equivocada. Que nos hace arder enteros a la mínima que algo sale mal. Es una llama que es mejor amigo en las buenas y peor enemigo en las malas. Y que se convierte en cenizas de vez en cuando y no sabemos por dónde esparcirlas, si tirarlas al mar y que viajen por siempre sin ruta alguna; si que vuelen con el viento formando un huracán desde el pico más alto del mundo; si que se mojen en el suelo de la ciudad con cada gota, desvaneciéndose poco a poco, llegando a ser nada. Quizá las cenizas son todo lo que nos queda después de numerosos errores y fallos, pero seguramente esté en nuestra mano el avivar de nuevo el fuego con un par de piedras para volver a sentirnos vivos por dentro. A doce de septiembre, miércoles.

Silencios y ruidos.

El mundo se para y se calla, deja de hacer ruido y da paso a un eterno instante en el que me sentía plena de seguridad, al igual que cuando te abrazan y te hacen sentir que estás como en casa. Todo está en silencio y nos da miedo el sonido de las pisadas, así que decidimos ir de puntillas mientras paseamos. Aunque, sinceramente, nada como pisar hondo y dejar huella para marcar al otro, nada como ir silencioso mientras te llevas todo a tu paso con la fuerza de un huracán. Nada como conseguir hacer feliz con esas tormentas llenas de sonrisas. A uno de septiembre, sábado.