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Mostrando entradas de octubre, 2019

Acudir a ti, siempre:

Construye hogares a los que siempre puedas acudir cuando más lo necesites. En un día de lluvia triste, en un domingo amargo, en un lunes difícil, en un miércoles soleado o cualquier día en el que el frío se cuele por tus grietas internas. Cuida ese sitio que te hace sentir en paz y en calma cuando todo alrededor está destruyéndose. Porque, desde allí, parecerá que todo tiene solución y que la vida es más sencilla. Esos hogares pueden encontrarse en una canción, en un sitio, en una persona y, cada vez que acudas, sentirás en el corazón que, a pesar de los obstáculos, siempre puedes saltarlos.

El mar en calma nunca enseñó cómo navegar:

He escuchado que todo está a punto de arder. Lo siento en el alma. Cómo se resquebraja para soltarlo todo en un áspero suspiro. Justo en ese instante en el que todo estalla, todo es tormenta, ruidos de truenos, destellos de relámpagos y miedos rotos por los rayos. Los sonidos revientan los tímpanos y nuestros ojos resplandecen llenos de color. Y, de repente, nada. Silencio. Calma. Tranquilidad. De vuelta a escuchar el oleaje en calma y la Luna brilla con más fuerza que nunca, reflejándose llena y orgullosa sobre el agua. La arena húmeda se cuela entre los dedos de mis pies, tímida y a la vez sin vergüenza. Respiro hondo y me da la sensación que las piezas del puzzle vuelven todas a encajar a la perfección.

Lluvia y otoño:

Domingos con sabor a domingo. No llueve, pero la humedad se respira en la habitación. Ya no hace tanto calor ni se necesitan abrir las ventanas, el frío se cuela por cualquier resquicio e inunda todo. Congela hasta los sentimientos que están más al fondo del corazón. Los atrapa, los envuelve y hace que pesen. Como si dolieran y eso nos impidiera levantarnos. Llega el otoño con fuerza y la caída de las hojas se tiñe un tanto nostálgica. Y mientras la lluvia empieza a golpear con fuerza los cristales, me imagino la alegría con la que la primavera llegará este año, pintándonos la vida y el alma de colores.

Rarezas inusuales:

Caos. Desastre. Destrucción. No saber dónde ir, ni dónde estar y tampoco dónde encontrarte a ti mismo. Pero, aun así, a veces el caos nos ordena la vida.

A punto de:

Somos un terremoto a punto de reventar. Una carcajada a punto de estallar. Una buena noticia a punto de inundar y bañarte de alegría. Somos justo el instante de antes en el que miras los labios antes de rozarlos. Y de repente, los besas y ya no puedes deshacerte de ellos nunca. Te quedas impregnado de su sabor, de su textura, de su forma. De la otra persona. Te cala hondo y ya no eres capaz de olvidarte. Y, en ese momento, te das cuenta de que no puedes frenar todas las emociones que están revoloteando dentro de ti y te revuelven, haciéndote incapaz de no ser feliz.

El viento me ha susurrado que la vida tiene sentido:

A veces se habla del sentido de la vida a las tantas de la madrugada, con unas copas de más y viendo el amanecer encima del parabrisas de un coche. La conversación quizá empezaría con un: "y tú, ¿crees que la vida tiene sentido?" Mientras esa persona mira al cielo fijándose en cómo las estrellas se unen entre sí para formar constelaciones. Yo respondería que sí, que la vida tiene sentido siempre. Tiene sentido cuando escuchas "por favor y gracias", cuando un bebé se ríe, cuando dos desconocidos se miran curiosos, cuando alguien ofrece a ayuda a otro de forma desinteresada, cuando unos ojos te miran y se te para el mundo, cuando estás a gusto contigo y con los demás, cuando eres feliz, cuando te vas a dormir y únicamente repasas momentos buenos en el día. Pero, por supuesto que también tiene sentido cuando todo va mal, cuando va cuesta abajo y eres incapaz de frenar. Porque, justo ahí, coges tanta velocidad, vives deprisa, pero siempre tendrás a alguien que se una

El Norte ya no es mi guía:

Mirar más allá, justo al fondo del horizonte, donde las pupilas no alcanzan a bailar con la luz y tenemos que dejar libre la imaginación. Liberarla de las cadenas de la represión. Llegar a lo inimaginable. Surcar las nubes y el mar. Y navegar. Sin brújulas y sin rumbo, dejándonos llevar por el vaivén de las olas. Y, sobre todo, guiándonos por nuestras ganas de vivir.