Entradas

Mostrando entradas de mayo, 2016

86400 segundos.

Un día consiste en 86.400 segundos, de los cuales nos quedamos con seis. Incluso hay algunos que se olvidan por completo del paso del tiempo y prefieren guardarse una foto, una risa, una mirada, una carcajada limpia y sana. Un segundo y de repente, otro. Ya van dos. Sin que te des cuenta han pasado cinco. Y no sé si quiero saber todos los que llevo ya escribiendo esto. Quizá segundo por letra o quién sabe, igual menos. El tiempo es un regalo sin abrir, es la historia que tú quieras contar, dándole los matices que prefieras o teniendo esos detalles en cuenta que no pueden olvidarse. ¿Y qué pasa si un día nos quedamos sin ningún recuerdo? ¿Qué pasa si un día toda esa realidad desaparece? Nos quedarán los sueños, nos quedarán las imágenes y por algún recoveco nuestro, florecerán los recuerdos. Esos recuerdos que a veces queremos borrar, esas lágrimas que se podrían ir y no volver, pero aquí están. Con nosotros. Quizá me equivoco de proposición y no es tanto con, si no en. Están en nos

El pensamiento vuela tan alto como tú le dejes.

Me encanta bailar al ritmo de la música o quién sabe, a lo mejor no, quizá era mejor bailar a lo loco, con la cabeza por las nubes llena de optimismo e ilusiones. Sí, la locura llegaba hasta lo más hondo de nosotros y se negaba a salir de ahí. Las notas se ponían en verde según los instantes iban pasando, según la aguja de los relojes iba avanzando y poniendo la cuenta atrás para acabar la canción. Aunque, sinceramente, la música era lo de menos cuando lo único que te importaba en ese momento era disfrutar, sentir la vida al límite como si no hubiera mañana, construir nuevos momentos que pasarán a ser futuros recuerdos que te envolverán en el día de mañana. También importaba mucho el cuándo y el dónde, si en una noche estrellada a las doce de la noche concretamente o sintiendo los rayos de Sol calentándote suavemente la piel. La música era la que era, no se podía cambiar de canción, únicamente tenías la opción de bailar a su son, o quedarte quieto mirando cómo disfruta el resto. A

Carcajadas en cajas.

Encerraría todas las melodías de las risas en una caja para escucharlas en los momentos más bajos, en los que parece que el tiempo pasa tan lento que las manecillas no se mueven, que el viento no sopla, que el Sol no brilla, que la Luna está escondida detrás de las nubes, que las estrellas están cansadas, que la calle está vacía y la cama fría. Las dejaría sonar cuando quisieran, el orden me daría igual porque al fin y al cabo es la calma que me transmiten lo que llega hasta a mí y se queda circulando de arriba para abajo o en cualquier otro sentido. Quizá las ganas de arreglar el mundo pueden con todo aunque por encima está la esperanza que nunca puede decaer, que siempre debe mantenerse arriba, flotando como las nubes por encima de nosotros. Que suenen tan alto que todo el mundo se entere, que dejen volar los sueños como el humo de algún tren, como algún avión que acaba de despegar y sube a velocidades impresionantes. Deja que se queden por ahí arriba, viendo que suben a la vez que

Agujas y tiempos.

El tiempo vuela tan rápido que casi lo perdemos de vista, como si le encantara jugar al escondite y que nunca le encontraran. Igual también al pilla pilla y corría tanto para que no fueras capaz de atrapar las manecillas del reloj y parar el tiempo, detenerlo como si se pudiera. Pero, ¿acaso no existían esos instantes en los que el tiempo se detenía? Esos momentos en los que el tiempo ni corre ni vuela, el movimiento de las agujas se hace hasta pesado y no ves la hora de que se acabe. Como si fuera infinito, como si nos pudiéramos sentir así, gritando a toda velocidad en algún coche mientras pasamos por debajo de algún túnel en el que todo sonido retumba y vuelve corriendo a nuestros tímpanos. Igual eran las cinco y media y mirando a la Luna, se te ocurrían miles de historias sobre las que escribir. A lo mejor en el tren mientras el Sol se despedía de todos un día más. Que el tiempo nos lleve con él, que no te arrastre, que disfrutes de cada instante, que no lo pierdas, que él ya se

Intrahistoria y pequeños recuerdos.

Estoy sentada y poco a poco siento como la atracción se balancea en el aire. Decido quitarme las zapatillas aunque el nudo de los cordones está bien fuerte. Quiero sentir ese cosquilleo del viento en la planta del pie. Unos segundos más tarde, ya estamos desafiando a la gravedad como unos locos, estamos girando en el aire, subiendo y después bajando, como si nada nos retuviera en el suelo, como si en ese momento fuéramos capaces de absolutamente todo. Quería subir cada vez más alto, hasta el punto en el que casi damos la vuelta, sentía cada pálpito en la garganta a la vez que me reía y gritaba a más no poder. Sentía cómo ese cosquilleo me bailaba en el estómago, no quería que parara, quería subir todavía más. Esa sensación en la que te sientes libre, como si no necesitaras alas para volar, como si los pulmones no fueran necesarios para respirar, como si pudieras chillar sin nunca quedarte afónico, como si el mundo entero te escuchase solo por un momento. Sé que hay gente dispuesta a

A día quince.

Qué manía con definirnos en tres palabras o aunque sea en cuatro. ¿Por qué nos quedamos con tan poco? Dejemos que infinitud de palabras nos llenen, que nos vacíen a su antojo. Pero no, siempre habíamos preferido reducir todo. Resumir la tarde en unas simples fotos o algún que otro vídeo cuando olvidamos todos los paseos que habíamos dado, las carcajadas que habían estallado en tantos momentos porque no podían más. Con lo bonito que es dejarse sorprender por todo, por esos detalles que no todos ven, por ver una sonrisa de alguien que pasea en el tren, por ver que ha florecido alguna que otra planta, por ver al Sol brillar más que nunca, por ser feliz. Deberíamos dejar llevarnos por el momento, olvidar atrapar el tiempo y hacerlo nuestro cada vez que queramos, correr y volar con él olvidándonos de todo lo que nos ata y sentirnos más libres que nunca, como si no hubiera gravedad y tampoco necesitáramos alas, la imaginación y el optimismo se daban la mano, entrelazaban sus dedos y te ll

Flores.

Que se te llenen los ojos de verde, de todas las tonalidades posibles, da igual que claros o que oscuros. Que entren y se queden. Conmigo. No quiero que se vayan. El cielo estaba claro como el agua cristalina en la que el Sol se reflejaba y el mar estaba en calma. El suave vaivén de las olas, ese sonido que todos los días regalaba sin siquiera pedir nada a cambio. Me encanta andar descalza por el césped o por la arena de la playa, sentarme al borde de la piscina y meter los pies. El mes que viene es junio, con todo lo que ello implica. Aunque, de momento, estamos en mayo, y en plena primavera y, ya sabes eso que dicen, que por mucho que corten las flores, jamás detendrán la primavera. Pero, por favor te pido, que tú las dejes crecer, déjalas florecer, que sean libres. Otro del dos de mayo.

Canción.

La vida es una canción. Cada uno le da la melodía y el compás que le apetece, a veces un tres por cuatro y otras un cuatro por cuatro. Que suene como tenga que hacerlo, a veces blancas y con calma y otras semicorcheas y viviendo tan rápido que no nos da tiempo. Y, sí que he de admitir que a todos nos gusta cambiar de canción de vez en cuando, escuchar diez segundos y después pasarla o dejarla cuarenta. Pero, al fin y al cabo, la canción es de cada uno. Venga, vamos, que está sonando. A dos de mayo.