Agujas y tiempos.

El tiempo vuela tan rápido que casi lo perdemos de vista, como si le encantara jugar al escondite y que nunca le encontraran. Igual también al pilla pilla y corría tanto para que no fueras capaz de atrapar las manecillas del reloj y parar el tiempo, detenerlo como si se pudiera.
Pero, ¿acaso no existían esos instantes en los que el tiempo se detenía? Esos momentos en los que el tiempo ni corre ni vuela, el movimiento de las agujas se hace hasta pesado y no ves la hora de que se acabe. Como si fuera infinito, como si nos pudiéramos sentir así, gritando a toda velocidad en algún coche mientras pasamos por debajo de algún túnel en el que todo sonido retumba y vuelve corriendo a nuestros tímpanos. Igual eran las cinco y media y mirando a la Luna, se te ocurrían miles de historias sobre las que escribir. A lo mejor en el tren mientras el Sol se despedía de todos un día más.
Que el tiempo nos lleve con él, que no te arrastre, que disfrutes de cada instante, que no lo pierdas, que él ya se va a encargar de que no lo alcances, no le dejes, persíguele mientras puedas, vuela con él, juega a atraparle y sobre todo, entre giro y giro de las manecillas, da miles de vueltas que ya te aseguro yo que no te mareas.
En definitiva: vive.
Igual ese verbo es capaz de resumir todo este texto.
A ya veintiuno de mayo.

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