El pensamiento vuela tan alto como tú le dejes.

Me encanta bailar al ritmo de la música o quién sabe, a lo mejor no, quizá era mejor bailar a lo loco, con la cabeza por las nubes llena de optimismo e ilusiones. Sí, la locura llegaba hasta lo más hondo de nosotros y se negaba a salir de ahí. Las notas se ponían en verde según los instantes iban pasando, según la aguja de los relojes iba avanzando y poniendo la cuenta atrás para acabar la canción.
Aunque, sinceramente, la música era lo de menos cuando lo único que te importaba en ese momento era disfrutar, sentir la vida al límite como si no hubiera mañana, construir nuevos momentos que pasarán a ser futuros recuerdos que te envolverán en el día de mañana.
También importaba mucho el cuándo y el dónde, si en una noche estrellada a las doce de la noche concretamente o sintiendo los rayos de Sol calentándote suavemente la piel.
La música era la que era, no se podía cambiar de canción, únicamente tenías la opción de bailar a su son, o quedarte quieto mirando cómo disfruta el resto.
A ya veintinueve de mayo, domingo.

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