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Recordárselo a la Luna:

Y decirle a la Luna que ya no bailo sola. Que la música me acompaña hasta lo más lejos que quiera llegar. Me sumerjo en el reflejo de la noche. Buceo. Me encuentro. Salgo a flote. Respiro hondo y siento la tranquilidad dentro de mí, como un huracán de paz que llega arrasando y, después nada. Silencio. Silencio que se rompe con tu risa. Y, es ahí, justo en ese momento y en esa carcajada donde, realmente, me encuentro.

Madrid:

Las luces no hacen falta si estás tú. Si estás tú Madrid brilla con todo. En cada calle y en cada rincón. Con tu sonrisa. Se me eriza la piel de ver cómo me miras. Quiero ser contigo. Lo que sea. Luz, por ejemplo.

No pedir deseos porque los tienes todos cumplidos:

A veces tienes suerte. Suerte demostrada a través de personas. Personas volcadas con sus sentimientos hechos palabras. Palabras que iluminan el corazón y hacen que el alma se impregne de felicidad. Felicidad que contagias con tu sonrisa y con tu mirada. Tu mirada que se pierde entre tanta gente. Entre tanta gente te busco y te encuentro. Te encuentro sonriéndome y acercándote cada vez más cerca. Cerca de mis labios. Mis labios sonríen y te besan. Te besan y siento la suerte de mi parte. De nuestra parte.

Acudir a ti, siempre:

Construye hogares a los que siempre puedas acudir cuando más lo necesites. En un día de lluvia triste, en un domingo amargo, en un lunes difícil, en un miércoles soleado o cualquier día en el que el frío se cuele por tus grietas internas. Cuida ese sitio que te hace sentir en paz y en calma cuando todo alrededor está destruyéndose. Porque, desde allí, parecerá que todo tiene solución y que la vida es más sencilla. Esos hogares pueden encontrarse en una canción, en un sitio, en una persona y, cada vez que acudas, sentirás en el corazón que, a pesar de los obstáculos, siempre puedes saltarlos.

El mar en calma nunca enseñó cómo navegar:

He escuchado que todo está a punto de arder. Lo siento en el alma. Cómo se resquebraja para soltarlo todo en un áspero suspiro. Justo en ese instante en el que todo estalla, todo es tormenta, ruidos de truenos, destellos de relámpagos y miedos rotos por los rayos. Los sonidos revientan los tímpanos y nuestros ojos resplandecen llenos de color. Y, de repente, nada. Silencio. Calma. Tranquilidad. De vuelta a escuchar el oleaje en calma y la Luna brilla con más fuerza que nunca, reflejándose llena y orgullosa sobre el agua. La arena húmeda se cuela entre los dedos de mis pies, tímida y a la vez sin vergüenza. Respiro hondo y me da la sensación que las piezas del puzzle vuelven todas a encajar a la perfección.

Lluvia y otoño:

Domingos con sabor a domingo. No llueve, pero la humedad se respira en la habitación. Ya no hace tanto calor ni se necesitan abrir las ventanas, el frío se cuela por cualquier resquicio e inunda todo. Congela hasta los sentimientos que están más al fondo del corazón. Los atrapa, los envuelve y hace que pesen. Como si dolieran y eso nos impidiera levantarnos. Llega el otoño con fuerza y la caída de las hojas se tiñe un tanto nostálgica. Y mientras la lluvia empieza a golpear con fuerza los cristales, me imagino la alegría con la que la primavera llegará este año, pintándonos la vida y el alma de colores.

Rarezas inusuales:

Caos. Desastre. Destrucción. No saber dónde ir, ni dónde estar y tampoco dónde encontrarte a ti mismo. Pero, aun así, a veces el caos nos ordena la vida.

A punto de:

Somos un terremoto a punto de reventar. Una carcajada a punto de estallar. Una buena noticia a punto de inundar y bañarte de alegría. Somos justo el instante de antes en el que miras los labios antes de rozarlos. Y de repente, los besas y ya no puedes deshacerte de ellos nunca. Te quedas impregnado de su sabor, de su textura, de su forma. De la otra persona. Te cala hondo y ya no eres capaz de olvidarte. Y, en ese momento, te das cuenta de que no puedes frenar todas las emociones que están revoloteando dentro de ti y te revuelven, haciéndote incapaz de no ser feliz.

El viento me ha susurrado que la vida tiene sentido:

A veces se habla del sentido de la vida a las tantas de la madrugada, con unas copas de más y viendo el amanecer encima del parabrisas de un coche. La conversación quizá empezaría con un: "y tú, ¿crees que la vida tiene sentido?" Mientras esa persona mira al cielo fijándose en cómo las estrellas se unen entre sí para formar constelaciones. Yo respondería que sí, que la vida tiene sentido siempre. Tiene sentido cuando escuchas "por favor y gracias", cuando un bebé se ríe, cuando dos desconocidos se miran curiosos, cuando alguien ofrece a ayuda a otro de forma desinteresada, cuando unos ojos te miran y se te para el mundo, cuando estás a gusto contigo y con los demás, cuando eres feliz, cuando te vas a dormir y únicamente repasas momentos buenos en el día. Pero, por supuesto que también tiene sentido cuando todo va mal, cuando va cuesta abajo y eres incapaz de frenar. Porque, justo ahí, coges tanta velocidad, vives deprisa, pero siempre tendrás a alguien que se una

El Norte ya no es mi guía:

Mirar más allá, justo al fondo del horizonte, donde las pupilas no alcanzan a bailar con la luz y tenemos que dejar libre la imaginación. Liberarla de las cadenas de la represión. Llegar a lo inimaginable. Surcar las nubes y el mar. Y navegar. Sin brújulas y sin rumbo, dejándonos llevar por el vaivén de las olas. Y, sobre todo, guiándonos por nuestras ganas de vivir.

Hablando de mí:

Me gustan los reflejos en los cristales, las sonrisas sinceras, los besos suaves, el optimismo que se puede respirar en el ambiente y vivir. Vivir intensamente. Con dirección o sin ella. Perderme y encontrarme continuamente. Me da igual la música, lo único que quiero es seguir bailando y soñar alto. Y así, volar siempre libre.

Conviértete en letras:

Sé un poema, palabras que vuelan hasta los corazones para llenarlos del mensaje, versos libres que hagan entender el verdadero significado de la vida y, sobre todo, di lo que lleva queriendo brotar de tu garganta tanto tiempo. Déjalo estallar y que abrase el fuego, que arranque con toda la velocidad posible y que inunde a todo aquél que pille por el camino. Pero, por encima de cualquier cosa, procura dejar huella allá donde vayas y nunca cicatrices.

Recomponiéndose:

Déjate incendiar con el calor de los abrazos y así conseguirás ser de nuevo tú, resurgiendo de las cenizas como el ave Fénix y recomponiendo tus trozos rotos.

Nadando en tu mirada:

Desnudarte los complejos, vestirte las alegrías, llenarte la vida, encontrar tu mirada entre tanta gente y hacer brillar tus ojos al reflejarse en los míos.

Echar raíces:

Amarrarme a tus curvas, hacerme afín a tus besos, inventar constelaciones con tus lunares, sentirme como en casa al darte la mano y alegrarme la vida con una de tus sonrisas.

Querer volar cada vez más alto:

Perseguir al viento, que te acompañe la libertad, que disfrute el alma de lo que significa volar y saber realmente lo que implica sentirse (que no estar) vivo.

Lo importante es que sea mutuo:

Acariciar el alma con las yemas ásperas de los dedos, susurrar con suavidad al oído las palabras más sinceras que se habían dicho nunca y, por último, ser y hacernos felices mutuamente.

La poesía hace todo mucho más bonito:

Sortear las miradas de los demás como si fuera una carrera de obstáculos, escabullirnos del bullicio para jamás ser vistos, dibujarnos sonrisas y estallar carcajadas para ser felices, viajar por el mundo para no perdernos nunca, imaginar y volar por el cielo, surcar los mares hasta el final del horizonte (donde nadie nunca ha llegado). Al fin y al cabo, vivir la vida inundándola de poesía.

Ser (que no estar):

Llamar a la puerta porque siempre hay que empezar con educación y qué bonito cuando te dejan pasar hasta el fondo, cuando te muestran lo más íntimo y sin miedo ni vergüenza, cuando hay tanta confianza y complicidad que las palabras dan igual porque la mirada lo dice todo. Bucear en alguien y sentir cómo no te ahogas, que no falta el oxígeno allí abajo, que puedes nadar a tus anchas en el mar de sus ojos. Volar con alguien cuando te da la mano, sentir la brisa al entrelazarse los dedos. Experimentar lo que verdaderamente significa ser (que no estar) feliz.

De vuelta:

Sonríes y enciendes el mundo con el brillo de tus ojos, haciendo que las luces nos acojan como estrellas que no están de más, que las vías del tren nos marquen el camino a elegir y que la vida nos sonría mientras bailamos al ritmo de su música.

Hogar:

Hogar se define como vivienda habitual de una persona, a mí me gusta más entenderlo como esos ojos que te miran entre tanta gente y sólo te ven a ti, como esos abrazos tan bonitos en los que la otra persona aprieta más fuerte, como esas conversaciones a la luz de la Luna y de las estrellas, como esos silencios que no son incómodos porque con la mirada se dice todo. Y qué bonito cuando todo ello lo encuentras en alguien y le puedes llamar hogar, acudir a él y saber que siempre te acogerá con los brazos abiertos.

Dicen...

Dicen las estrellas que los fugaces somos nosotros. Que sonríen al vernos. Que piden deseos cuando nos ven aquí tan lejos. Sin embargo, no entienden cómo somos nosotros los que deseamos al verlas, si ya tenemos el deseo cumplido con la persona que está tumbada a nuestro lado mirando el firmamento.

De encontrarte y encontrarnos.

Sentirte como en casa quiere decir que los ojos del otro te abrazan, te acogen, te arropan y te inundan con el alma, embriagándose de la alegría de encontrar esa única mirada entre tanta gente.

Y volar...

Ser esclavos del viento. Hojas sin dirección. Hasta que te das cuenta de que tienes alas y que no hace falta que nadie te enseñe a volar. Y, de repente, tu boca sabe a libertad y tu mente sólo piensa en ir cada vez más hacia arriba.

Mirándote a los ojos, que son siempre el reflejo del alma.

Con el alma hambrienta de sueños, desgarradora de ganas y batiendo las alas ya lista para el vuelo.

Seguirle siempre.

Y con el corazón en una vorágine por vivir rápido, yo siempre me decido por seguirle, porque me lleve donde me lleve, lo importante es el camino si es contigo.

El corazón siempre se recompone de los destrozos.

La noche ya no duele tanto sin ti. El aire es un poco más frío, pero siempre me ha gustado esconder las manos en un jersey de lana y abrazarme a mi corazón caliente para templarme un poco. Mirábamos el mismo cielo, pero buscando estrellas distintas y nunca nos poníamos de acuerdo. El fuego ya está apagado, pero tú insistías en echar más leña y para mí ya no iba a arder más porque únicamente quedaban cenizas. Tú veías los blancos y yo los negros. Tú preferías el día y yo la noche. Éramos polos opuestos y lo seguiremos siendo. Lo que ya no somos es nosotros, pero es cuestión de tiempo hasta que el mar vuelva a estar en calma y escuchar de fondo el oleaje.

Iluminar el mundo:

Brillar más fuerte que nunca, coger las ganas más escondidas al fondo del corazón y hacerlas subir como la espuma, sentir que la vida llega y te inunda y, sobre todo, ser feliz. A veintinueve de marzo, viernes.

Voz morada.

Que grite todo el mundo y que se oiga como si fuera una única voz, voz que no calla y que no va a callar. Voz que grita desgarrada por las que ya no están. Voz que lucha por el presente y el futuro, sin olvidar el pasado. Voz que es tan fuerte porque la han quitado tanto, que ya ni tiene miedo. Una voz al unísono resonando por la ciudad, llegando hasta los rincones por los que nadie pasa y rebotando con su eco, iluminando, orgullosa, con su grito. La sensación de sentir cómo la garganta estalla en cuanto una voz se alza por encima y, acto seguido, todas la siguen. No vamos a parar. Esto es sólo el principio. A dieciséis de enero, miércoles.