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Mostrando entradas de agosto, 2015

Me quedo con todo.

Quizá mirar atrás ahora no sea lo más acertado. ¿Debería solo mirar hacia delante? No. Pienso que no. Creo que de vez en cuando es bonito acordarse de momentos como estos, momentos que no querías que se acabasen nunca, que querrías que durasen y durasen. Pero todo pasa. Al igual que todo se acaba. Y justo al final, al final del todo, es cuando nos sentimos así, nostálgicos, tanto que pensamos que será más duro de lo que realmente será. Quizá no pensemos tanto en esto, en los buenos (y por desgracia también malos) momentos. Pero yo tampoco quiero eso, de hecho, no pienso olvidarme de segundos y minutos concretos en los que me reía hasta no poder más, en las veces que me quedaba mirando al cielo sintiéndome lo más pequeña que una podía sentirse. Todo eso me lo quedo, para mí, para siempre. Todos esos recuerdos ahora mismo son míos, algunos de ellos entraban en mis planes, en mis sueños y todo gracias a vosotros, que lo habéis conseguido. Quizá ahora me sienta demasiado así, n

¿No?

Y cuando de repente te das cuenta, el tiempo ha volado. Por supuesto que no literalmente, pero casi. Ha pasado todo tan rápido que ni me he dado cuenta. Dicen que eso es porque has disfrutado, y quizá esté plenamente de acuerdo con eso, pero ha ido demasiado deprisa. El día a día daban lugar a un mes y después a otro. De repente ves las fotos y miras la fecha, ves que son de hace casi un mes cuando parecen de ayer. Todavía me acuerdo del primer día de verano, el primer día de libertad, sin clases, el día que empezaba lo bueno. Y de eso ya han pasado más de dos meses, la verdad es que parece mentira. Hay muchos recuerdos, momentos (malos y buenos), pero todo eso ya se queda aquí, conmigo, para siempre. Que quizá haya sido otro verano más, pero los recuerdos no son los mismos, se renuevan, cambian. Este verano ha sido diferente a los anteriores, quizá era cómo lo miraba yo o quizá ni siquiera sepa muy bien el motivo. Ahora mismo estoy nostálgica perdida, deseando que el tiempo

Párate a escuchar.

Hay veces en las que hay algo dentro, al fondo, en lo más profundo. Sabes que está ahí, que quieres sacarlo, pero quizá todavía era un bebé al que le costaba encontrar el camino, al que todavía no le habían enseñado bien a gatear. Quizá la frustración empieza a recorrerte, solo un poco, a medias, no entero. Respiras hondo. Aunque cueste admitirlo, no sirve demasiado. Sin embargo, vuelves a hacerlo. Estás deseando soltar todo aquello, pero no sabías cómo ordenarlo para que saliera formando una fila en vez de que al intentar salir todos de golpe, se quedaran en la puerta apelotonados. Seguían ahí, atrancados. Las palabras no sabía en qué orden ponerlas, pero, ¿y el tema? Quizá le estaba dando demasiadas vueltas. Hasta que de repente, suena una suave melodía, baja, apenas puedo distinguirla con el ruido del mundo, pero comienzo a escucharla mejor a medida que los segundos pasan. No sé qué tenía, era tranquila e incluso quizá un poco tímida. Pero sigue, sonando, de vez en cuand

Último mes del año.

Me despierto y decido mirar por la ventana. Veía las hojas revolotear entre ellas, unas más oscuras y otras más claras. Unas marrones y todavía había algunas verdes. Abro la ventana y una corriente de aire helado me choca en la cara y hace que los labios se me corten. El aire entró y recorrió cada esquina de la habitación, llegó hasta cada rincón más profundo. Me toqué las mejillas, las tenía frías. Mis dedos empezaban a temblar un poco, a veces unos con otros y en otras ocasiones contra el marco blanco de la ventana en el que estaba apoyada. Miro el gran reloj que había al fondo de la habitación, marcaba las 9:31. Bastante pronto para lo que solía ser normal en un día de vacaciones como el que era hoy. Mire al cielo y estaba gris. Pero nada de eso hacía que fuese menos bonito, todo lo contrario, por algo será que se dice que hay que encontrar el intermedio, que ni un impecable blanco ni un desastroso negro. Que tiene que haber algo entre medias de tanto extremo: gris. Un ton

Una noche a las tres de la madrugada.

Me tumbo y miro hacia arriba. Está todo oscuro y solo la Luna brilla. Ahí está, en medio, rodeada de un completo negro. Y ella, impasible y siempre blanca. Mírala. Pero ella no era la única que había en el inmenso cielo. Miraras a la derecha o a la izquierda, verías estrellas: unas más grandes, otras pequeñas, suaves o brillantes. Todo en perfecta armonía, en su sitio. Y luego estábamos nosotros aquí, mirando allí y deseando cómo será aquello de allá. Miro el móvil y pienso que quizá lo mejor será pausar la música, quitarme los cascos y escuchar las melodías que la naturaleza nos ofrece día y noche. Quizá pájaros silbando, las olas del mar o simplemente nada. Silencio. Aunque siempre era casi imposible eso de no escuchar absolutamente nada, un silencio que quizá llegara a atormentarnos a nosotros mismos. Unos pensarán que por suerte siempre teníamos sonidos a los que prestar atención y otros creerán que de vez en cuando deberíamos parar todo ruido y dejar a nuestros tímpan

Un pájaro virtual.

Todavía me acuerdo de cuando era pequeña e iba al acogedor salón de casa, encendía el viejo ordenador y esperaba. Esperaba a que esa antigua máquina se pusiera en marcha y así poder iniciar sesión. Ya no me acuerdo ni del usuario y mucho menos de la contraseña, pero sí me acuerdo de aquella espera, corta, pero que a mí se me hacía eterna. Como cada vez que la pantalla empezaba a funcionar, saltaban miles de ventanas, supongo que algunas de publicidad, del antivirus también; quizá. Unos minutos más tarde, doble clic, el navegador se preparaba para comenzar con la búsqueda: minijuegos.com Me acuerdo lo bien que me lo pasaba, miles de juegos, de todo tipo: acción, carreras, peinados, ropa; cualquiera que pudieras soñar, por ahí debía de estar. Pero sobre todo me acuerdo de uno en concreto, era absurdo, pero me encantaba el hecho de poder subir tan alto como los edificios, volar tan lejos como quisiera, cielo nublado y volando, volando. El objetivo del juego en sí no consistía en es

Otro espacio que era blanco, ya está ligeramente pintado de negro.

Mi pequeño folio estaba en blanco. Completamente blanco. Vacío. Sin nada escrito. No sabía cómo empezar, ni siquiera de qué hablar: ¿de la Luna? ¿del mar? Pensándolo bien, tenía demasiadas ganas de soltar algo, algo que estaba por ahí escondido, esperando a que lo encontrasen y por fin salir por la puerta grande, como siempre había querido. La pluma seguía tambaleándose entre mis dedos y cayó un poco de su tinta en el folio. Un pegote negro en medio del folio blanco. Quizá eso fue lo que necesitaba para que la pluma empezara a deslizarse suavemente, como un pincel en un lienzo, como una mano sobre otra piel. Tranquilamente, notando cada pliegue, cada lunar. Así ocurría lo mismo, sentía cada palabra que escribía. Puede que en mi mente no estuviera tal cual, que por estar quizá ni estaba, yo lo buscaba, lo volvía a buscar hasta que por fin encontraba algo. Tiraba de él para que saliese, a veces lo hacía mejor y otras no tanto. Creo que lo importante es sacarlo, y ya cuando esté f