Otro espacio que era blanco, ya está ligeramente pintado de negro.

Mi pequeño folio estaba en blanco. Completamente blanco. Vacío. Sin nada escrito.
No sabía cómo empezar, ni siquiera de qué hablar: ¿de la Luna? ¿del mar?
Pensándolo bien, tenía demasiadas ganas de soltar algo, algo que estaba por ahí escondido, esperando a que lo encontrasen y por fin salir por la puerta grande, como siempre había querido.
La pluma seguía tambaleándose entre mis dedos y cayó un poco de su tinta en el folio. Un pegote negro en medio del folio blanco.
Quizá eso fue lo que necesitaba para que la pluma empezara a deslizarse suavemente, como un pincel en un lienzo, como una mano sobre otra piel.
Tranquilamente, notando cada pliegue, cada lunar.
Así ocurría lo mismo, sentía cada palabra que escribía.
Puede que en mi mente no estuviera tal cual, que por estar quizá ni estaba, yo lo buscaba, lo volvía a buscar hasta que por fin encontraba algo. Tiraba de él para que saliese, a veces lo hacía mejor y otras no tanto.
Creo que lo importante es sacarlo, y ya cuando esté fuera, terminar de pintarlo.
Retocar la comisura del labio de esa mujer que está ahí, en la orilla pero con los pies en el mar. Notando la brisa marina y el compás de las olas, que vienen, van.

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