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Vivir.

Ganas de vivir la vida, cada segundo de ella. Aprovecharlo y disfrutarlo al máximo hasta que llegue el siguiente y así volver a hacer lo mismo. Que el tiempo nunca se para porque nos permite disfrutar de cada segundo o milésima de segundo hasta que se agota y tenemos que hacer lo mismo con el próximo y con el otro y así sucesivamente con todos. A veces, el tiempo se para y todo se detiene, pesa, cansancio permanente y sientes que no puedes más. No te rindas, que sólo ha sido una piedra en el camino, apártala o sáltala, pero no dejes que te estanque. Disfrutar al máximo de todo, de los besos, de los abrazos, de las risas, de los detalles y sacar algo positivo siempre. Que no todo es malo, que hay que mirar hacia delante y jamás dejar de creer en uno mismo. Venga, tú puedes. Levántate, cúrate las heridas y sigue andando. No te aseguro que las heridas dejen de doler y que no se vuelvan a abrir, tampoco puedo decirte que no te caerás, porque te estaría mintiendo. Pero sí te digo que jam

El mar y sus suaves olas.

El mar y sus suaves olas, apenas rozaban la dulce orilla, aunque sí que mojaban y empapaban mis pies, aquellos que iban de puntillas. Poco a poco decidí meterme, hundir la cabeza por debajo de él, y abrir los ojos, ver cómo es todo en su oscuro fondo. Salí a coger aire y me tumbé hacia arriba, unas veces las olas me llevaban hacia dentro del mar y otras hacia la arenosa orilla. Y por más que estuvieran cansadas de viajar, jamás pararían, siempre seguirían ese pausado compás, aquel que siempre tocaría. Seguían moviéndose, unas veces más lentas y otras más rápidas, les daba igual la velocidad del movimiento, no se movían por el tiempo. Ya era de noche y la Luna salía, el Sol ya se había ido, iluminando con sus últimos rayos del día. Y por fin las estrellas y la Luna estaban en el cielo, iluminaban tanto como si fuera un sueño, y créeme que estuve en él, cuando la brisa empezó a acariciarme el pelo.

Sé como un pájaro.

A veces, cuando menos necesitamos determinadas cosas, vienen hacia nosotros y vuelven a aparecer. Esos sentimientos que una vez decidimos echar y que han vuelto, que han vuelto y con más fuerza de la que se fueron. Vuelven para quedarse, pero yo quiero que se vayan. El miedo llega y atrapa al alma, la envuelve, la da calor y también frío. Pero la acoge y la mece en las noches más oscuras, en esas noches en las que la Luna ni siquiera tiene fuerza para brillar. El miedo llegó y nos atrapó, colocó bien su jaula de manera que así no pudiésemos salir de ella. Cerró bien la puerta. Aun así, podíamos ver a través de los barrotes, aunque no sé si era mejor mirar o no hacerlo. No sé si era mejor observar y contemplar cómo todo se desvanecía y nosotros sin poder hacer nada, estando atrapados en esa jaula de la que no había salida. Nos tenía cada vez más atrapados, la jaula iba siendo más pequeña y nos costaba más seguir. El miedo nos mantenía cada vez más presos a medida que él era más li

Y qué.

Y qué si el viento me sopla en la cara y me enreda el pelo, y qué si me tropiezo una y otra vez siempre volviendo a caer, y qué si tantas cosas que no sabría decir todas. Pero qué más da eso ahora, porque en un momento sí que dio, sí que me importó. Sí que tuve miedo, miedo de no sé qué, miedo que al fin alejé. Lo alejé de mí porque acaba destrozándome, desgarrándome, y no podía seguir así. No podía seguir así, había aguantado demasiado y eso ya no era vivir. No era vivir pero tampoco morir, desagradable intermedio, como entre el blanco y el negro, siempre ese feo gris. Ese feo gris que a veces vamos buscando y otras lo despreciamos, nadie sabe por qué, quizá porque siempre queremos lo que nunca tenemos. En realidad no lo sé, tampoco sé por qué escribo esto, ni por qué me maquillaré mañana; supongo que porque me apetece, y porque oye, típica frase, pero carpe diem. Carpe diem, en tantas bocas, tantas bocas que la repiten una y otra vez, tantas que cansan ya. Pero yo no lo ha

Aquí ya era medianoche.

Aquí ya era medianoche, pero a ella la daba igual, no la importaba, seguiría escribiéndote. Pero a ti eso también te daba igual, ibas borracho perdido, tambaleándote por las calles, apoyándote por las paredes, intentando encontrar a alguien como ella. No sabías que no la encontrarías. Y ella seguía escribiéndote, al menos intentándolo. El papel estaba a empezar mojado, de tantas lágrimas, lleno de tantos recuerdos. Se derrumbaba sobre el papel, y paró de escribir, dejó la pluma sobre el escritorio, y se levantó de la silla. Mientras tú seguías sentado al lado del alcohol. Ella se volvió a sentar, cogió el papel, lo arrugó y lo tiró. Por última vez. Pero quizá eso no fuese suficiente, y decidió quemar todo. Quemó todo, los recuerdos, los buenos y los malos momentos, te quemó a ti con ellos; como si nunca hubieses existido. Ella te olvidó o lo intentó, como pudo. Quemando fotografías, viéndolas arder y llorando con cada palabra, cada promesa que se consumía con e

La pequeña París.

Todos hablamos de lo bonito que debe ser París. Créeme que lo es. Qué os voy a decir de la Torre Eiffel que no hayáis visto ya en fotos. Quizá hayáis visto la típica foto justo desde abajo, mostrando toda ella en sí. Quizá hayáis visto la foto desde su planta más alta. Pero no es lo mismo ver una foto, que saber que tú has estado donde la foto, que estuviste ahí, viéndolo en persona. Estamos enamorados de sitios y cuando vamos, es una sensación increíble. Cómo el viento te sopla en la cara poniéndote el pelo en ella, te incordia, te estorba. Pero estás en París. Bajas de la Torre Eiffel y vas al Arco de Triunfo, no podía faltar. Y pasas a través de sus enormes columnas y subes la barbilla hasta que tus ojos se encuentran con nombres tallados. Y bajas la vista. Sonríes. Estás en París. Subes las escaleras, infernales por cierto, y llegas hasta lo más alto de él. Aprecia la imagen más bonita de París. Ves la Torre Eiffel y también sus pequeñas calles, cómo se encuentran unas con otra

Las luces siguen apagadas.

Ya está oscuro y las luces no se encienden. No hay ninguna luz (tampoco ninguna mano) que me diga qué camino seguir, por dónde ir. Dime qué hacer. Quizá deba quedarme quieta, sentarme a esperar a que llegues, a que me encuentres y así poder ir juntos, de la mano, ayudándonos si uno de los dos se cae. Pero qué haré si no llegas. Supongo que seguiré esperando. Pero, dime, ¿te estaré esperando para que jamás llegues? Quizá por eso deba seguir, tanteando el camino, intentando saber dónde piso; pero si te digo la verdad, no tengo ni idea de por dónde voy. Y tampoco sé qué camino tomar. Las luces continúan apagadas y yo sigo sin moverme. Por favor, ayúdame y dime qué hacer. No sé cómo seguir si no te tengo aquí, todo está oscuro y no puedo ver nada. Te necesito para que me guíes, que me levantes cuando me caiga. Por favor, vuelve e ilumina todo el camino. Empiezo a tener frío, y sigo quieta, sin saber qué hacer. De repente me entra miedo y empiezo a correr, la verdad que sin ningún

Número 17.

Sinceramente, no sabía si estaría en esa calle el hotel. Estaba diluviando y, al principio, decidí no sacar el paraguas; pero no me quedó más remedio cuando empecé a tener frío. Parecía ser que estaba en la calle y en el número correctos: "Sin mirar atrás número 17". Parecía que esa fuese mi calle. "Sin mirar atrás". Por fin encontré el hotel, pero no había nadie en recepción. Mientras esperaba, decidí asomarme por la ventana. Llovía y llovía, la verdad es que pensaba que jamás pararía. Pero qué estúpida, claro que pararía. Pararía y saldría el Sol, brillaría más que nunca. Pero también el Sol se escondería detrás de las grises nubes y volvería a llover. Pero eso ya sería otra vez, otro día. Estaba ensimismada mirando la lluvia, tanto, que no me di cuenta de que me hablaban hasta que me tocaron suavemente el hombro. Me sonrojé y pedí perdón. Me dijeron la habitación, cogí mi pequeño y escaso equipaje y entré por la puerta marcada con un número: 103. Deci

El arte.

El arte. Qué bonita manera de evadirse. Y qué horrible tener que volver. ¿No os parece precioso lo que somos capaces de crear? Normalmente, sólo destrozamos, pero también sabemos cómo impresionar. Nos podríamos centrar en eso. Historias. Un libro me parece un auténtico tesoro. Una persona ha escrito una historia que por ejemplo, en este caso, no existe. No es real. Crea a gente, unos personajes, que tampoco lo son. Pero nosotros lo idealizamos, nos los imaginamos. Es increíble el poder de las palabras. Increíble cómo nos hacen llorar, reír. Cómo nos hacen disfrutar. Una pena que no todo el mundo sepa apreciar esos pequeños tesoros, esos pequeños mundos que creamos y que, sin saber cómo, no destruimos. La poesía. Más palabras, que riman con otras tantas, que se van juntando, uniendo, a medida que vamos leyendo. Van encajando entre ellas como si estuviesen destinadas a hacerlo. Precioso. Expresa sus sentimientos y como si no fuera poco, lleva una estructura. Como si estuviésemos h

Esto no sé de dónde ha salido.

Dime, ¿qué es el alma? "Y yo qué sé", pensarás. Sí, yo también. Pero me encanta preguntarme estas cosas, no me preguntes por qué, a eso sí que no sabría buscarle ninguna respuesta. Volvamos al alma. ¿Qué puede ser? ¿Existe de verdad? Yo creo que sí. Yo creo que el alma somos nosotros. No el cuerpo, no el físico en sí, lo que eres tú en realidad. Quién eres, cómo eres. Tú. Sin más, pero tampoco sin menos. ¿Qué se almacenará en el alma? ¿Quizás los recuerdos? Sí, yo creo que una parte de ellos. Yo creo que el alma almacena toda una vida, toda una persona. Dicen que cuando mueres, muere tu cuerpo pero no tu alma. A lo mejor por eso luego hay algo. ¿Realmente lo hay? A eso tampoco sé encontrarle ninguna respuesta coherente. Porque por mucho que diga, serán creencias. Pero ninguna cierta. Y dime, ¿a ti no te mata no saber el por qué de las cosas? ¿El por qué de la existencia? El por qué de tantas cosas que no sabemos, el por qué al que no hacemos caso. A ese por qué que si resol

Palabras.

Imaginar, llorar, reír, vivir. Cantidad de verbos, palabras, los moldeamos, les damos forma, la que queramos, cuando queramos. Qué sería de nosotros, sin las palabras, y qué sería de las palabras, sin nosotros. Puedes escribir lo que quieras, unirlas, pegarlas, juntarlas, tal y como te parezca, y ellas se encargarán, de contar una historia, una poesía, o cualquier cosa. Otros las leerán, imaginarán, llorarán, reirán y vivirán; gracias a ellas.

Los recuerdos nos envuelven.

Las fotografías, los sentimientos, las alegrías, ¿no os parecen increíbles? Una fotografía, clic, capta un momento, que jamás se volverá a repetir. Nostalgia sentirás, cuando la veas, cuando ya sólo recuerdes, cuando no te quede nada. Una fotografía, es mágica, no capta los sentimientos, pero vamos, fíjate, es sencillo de ver. Mira cómo se ríe, mira sus ojos, con lágrimas de alegría. Mírala, están juntos, riendo, ella apoyada sobre su hombro, viendo desaparecer el Sol, el último de aquel verano. Ya acaba todo, ella se marchaba, y se tenían que despedir. Y para siempre recordarse, fotografía aquí, fotografía allí. Clic, clic, clic. Y ahora ella las observa, con una nostalgia enorme, que la invade. Porque los recuerdos nos matan, y también, nos envuelven.

Continúa volando.

¿Y si volamos? ¿Y si cogemos un avión y nos vamos de aquí para siempre? Dejar todo ya e irnos sin mirar atrás. Perdernos por el mundo, ir de aquí a allá, sin saber a dónde vamos, sin saber qué hacemos; solamente disfrutamos. Vamos, volemos, riamos, lloremos, disfrutemos. En eso consiste la vida, en ser feliz, disfrutar, reír y también llorar. Vamos a volar, a olvidarnos de todo ya, mira a esos pájaros, cómo se van, dejando todo atrás. Vámonos, sigue, no te dejes caer, sigue volando, sigue batiendo las alas. Que ningún otro pájaro te empuje, te golpee ni te arrastre, y si lo hace, continúa adelante. Porque tú puedes, eres capaz, vamos, lo sabes, bate esas preciosas alas cada vez más fuerte. Asciende hasta aspirar la textura de las nubes, mira hacia abajo, cómo están el resto bajo tus pies y te envidian por volar tan alto. Pero tú puedes y, a pesar de todo, continúa volando.

Nos aferramos a la vida, como si de vida o muerte se tratase, qué irónico, ni que no lo hiciese. Nos da miedo el paso del tiempo, a quién no, es increíble como se esfuma todo, aquello que un día existió. Al igual que el paso del tiempo, nos aterra la muerte, el qué habrá después, es desconocido, por lo que nos causa interés. Pero, seguimos aquí, sufriendo con estos miedos, tratando de vivir, entre este mundo lleno de mierda, sin ganas de seguir. No me mientas, no me digas que las cosas no han cambiado, que de lo que un día te reías, ahora es por lo que has llorado. Porque el tiempo es efímero, las cosas y las personas no van a volver, fíjate bien, cómo una fotografía, es capaz de captar algo, que jamás volverás a ver. Una pena que no apreciemos nada de lo que tenemos, una lástima que seamos tan estúpidos, ¿nos daremos cuenta alguna vez? Quién sabe. Pero para entonces, quizá ya sea demasiado tarde.

Y lo preciosos que son los mares, qué.

Fíjate en el mar, cómo llega hasta el horizonte, y se esconde, como un niño pequeño cuando ha hecho una trastada. Y quién sabe, quizá lo sea, o quizá no. Cuando está tranquilo, juguetea con las olas, haciendo que lleguen a la orilla, pero que vuelvan hacia él, que siempre vuelvan. Cuando está enfadado, ya no juguetea con las olas, las arroja contra los acantilados, soltando su rabia contentida, llevándose todo consigo. Y quizá sea un niño pequeño, o quizá no, quién sabe, quién sabrá.

Venecia, Roma, París, Suecia o Madrid.

Venecia, Roma, París, Suecia o Madrid. Los calles de Venecia, llenas de agua, o de lágrimas derramadas, quién sabe nada, quién sabrá. Los paseos por Roma, el Vaticano, cualquier paso, allí te llevará, porque por algo lo dicen, todos los caminos, llevan a Roma. Las calles de París, bonitas de luces presumen, unas de colores, otras de blanco y negro, como las fotografías que nos hicimos, aquel abril del noventa y tres. La nieve de Suecia, que de auroras boreales presume, todas las noches cuando el Sol se consume, aparecen y bien bonitas lucen. Y, por último, Madrid. Las calles y los paseos, la Gran Vía, da igual a lo que nos refiramos, siempre será Madrid, donde los recuerdos no se olvidan, y uno puede ser feliz.

Los errores nos atormentan.

Mirando las horas pasar, tic-tac, tic-tac, el sonido de siempre, nunca cambiará, porque tiene una rutina y así será. Y con el reloj, vamos nosotros, rápidos o lentos, pero con la rutina, con lo mismo de siempre. ¿Qué más nos da? No tratamos de ir más allá, de dejar de ser marionetas, controladas por yo qué sé quién. Nos da igual, seguimos una línea recta; que es siempre igual. El camino no varía, y aunque lo hiciese, seguiríamos por esa línea imaginaria, tambaleándonos, con miedo a la equivocación, a dar un paso en falso, y a dejar de ser controlados, por yo qué sé quién.