Las luces siguen apagadas.

Ya está oscuro y las luces no se encienden. No hay ninguna luz (tampoco ninguna mano) que me diga qué camino seguir, por dónde ir.
Dime qué hacer.
Quizá deba quedarme quieta, sentarme a esperar a que llegues, a que me encuentres y así poder ir juntos, de la mano, ayudándonos si uno de los dos se cae.
Pero qué haré si no llegas. Supongo que seguiré esperando. Pero, dime, ¿te estaré esperando para que jamás llegues?
Quizá por eso deba seguir, tanteando el camino, intentando saber dónde piso; pero si te digo la verdad, no tengo ni idea de por dónde voy. Y tampoco sé qué camino tomar.
Las luces continúan apagadas y yo sigo sin moverme.
Por favor, ayúdame y dime qué hacer.
No sé cómo seguir si no te tengo aquí, todo está oscuro y no puedo ver nada. Te necesito para que me guíes, que me levantes cuando me caiga.
Por favor, vuelve e ilumina todo el camino.
Empiezo a tener frío, y sigo quieta, sin saber qué hacer.
De repente me entra miedo y empiezo a correr, la verdad que sin ningún motivo aparente. Sigo corriendo hasta que tropiezo y me caigo. Ahora es cuando realmente te necesito, pero sigues sin estar ahí.
Me levanto.
Y me vuelvo a caer, así cientos de veces más; empiezo a estar cansada.
Cansada de tantas caídas y golpes.
Vuelve, sigo sin ver.
No sé dónde estás, no te encuentro, te he perdido. Y creo que a mí misma también.
Y a pesar de que me dejaste sola, te sigo queriendo, aunque no sé muy bien cómo ni por qué.
Cada vez menos fuerzas para seguir.
Mis piernas ya están hasta arriba de lodo.
Vuelve, yo no puedo dar mi propia luz, ya me he consumido del todo.

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