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Mostrando entradas de abril, 2016

Luces.

Una conversación cualquiera en uno de los autobuses de la ciudad. Las luces iluminaban la calle, y si te quedabas mirando fijamente a algo (y a la vez a nada), las veías borrosas, miles de puntos luminosos a lo largo del paseo. Decidí bajarme en esa parada, aunque no era la mía. No sabía muy bien qué hora era, solamente quería pasear a mi aire, mirando a todos los que pasaban por mi lado en ese instante. Personas que posiblemente jamás volvería a ver en mi vida. Las farolas brillaban con tanta fuerza que prácticamente me impedían ver las estrellas. Igual hoy estaban más tímidas y no querían salir. Aun así, me tumbé en un banco y miré hacia arriba. Las constelaciones no estaban enteras, aunque, qué más daba eso, ya estaba yo para imaginármelas. Quizá eso debamos hacer todos, no tener que ver a alguien para saber que está ahí, que solo nos baste con un 'hola' para que todo sea como siempre. En ese instante concreto aposté, no sé con quién, quizá conmigo misma, me propuse que

Veintisiete.

La sensación de tener todo el cuerpo cubierto de adrenalina, de sentir el corazón bombeando con fuerza, sentirlo casi en la garganta, a punto de salirse por la boca. En resumidas cuentas: la sensación de sentirse viva. Creo que hay pocos sentimientos que igualen a ese, el de ver cómo todo fluye por sí solo, una carcajada limpia y sincera por algún rincón que llega a mi tímpano ahora mismo, una mirada eterna en la que cualquiera se pierde, un abrazo que divide el peso sobre cuatro hombros. Una flor. Una nueva rosa ha crecido en el jardín, la primavera ha llegado hace más de un mes, pero es solo ahora cuando su blanco es el más puro y elegante. Solo ahora. Y yo, fíjate, me estaba dando cuenta mientras otros tantos, pasaban de largo e, incluso la pisaban, haciéndola daño. Deberíamos fijarnos más en todo, en las paredes que nos rodean, en el suelo que pisamos, en el Sol que nos ilumina, en las estrellas que brillan, en los bonitos y pequeños detalles que a veces se nos escurren de las

Sé y no sé.

No sé si me gusta más ver o escuchar la lluvia. Lo que sí tengo claro es que de vez en cuando me encanta sentirla en mi piel, gota a gota, llenándome el cuerpo entero, cayendo sin freno, sin miedo a estrellarse. También sé de sobra que ponerme las botas y el chubasquero para pisar los charcos era lo mejor que se podía hacer. Unos con la pierna izquierda, otros con la derecha y los últimos de la calle con ambos pies. Como si fuera ese juego en el que pintábamos en el suelo del uno al diez. Cierro los ojos, cuento cien y te voy a buscar. Te has escondido por algún lado, quizá entre los árboles o a lo mejor inlcuso en algún lado en el que no puedo verte. Aunque, sinceramente, nada como antes de buscar a los demás, encontrarse a uno mismo y ya saber de sobra el camino. Aunque, para qué mentir, siempre me había gustado el ir por zonas por las que se suponía que no se podía, por correr de vez en cuando hasta sentir los latidos del corazón en la garganta, gritar para que me escuchara algui

Girar y girar.

Tengo los sueños muy altos y no quieren bajar. Se quedan por ahí, flotando, como nubes blancas en un cielo azulado. Cada vez suben más y decidí hacerlo con ellos, subir hasta un punto. Un límite. Qué digo, si no había. Continuemos subiendo. Subí tanto que ni me acuerdo, que perdí la noción del tiempo, que se me fue, que mi reloj no marcaba hora, que se había olvidado de mover las agujas para seguir sonando con su tictac. Estaban como caídas al fondo del reloj, apelotonadas las unas sobre las otras, cansadas de girar y girar, de dar vueltas sin parar. Al final acaban mareadas. Ese instante, en el que el tiempo se había detenido, ahí es cuando uno se sentía infinito. A ya veintitrés de abril.

Quiero.

Quiero volar lo más alto que mi imaginación me deje, sumergirme hasta las profundidades más oscuras, pisar todos los países, vagar por la noche por la playa, sintiendo la arena colándose entre los huecos de los dedos de los pies. También quiero respirar hondo, notar cómo el aire llena mis pulmones hasta que éstos se agrandan, tanto, que no pueden más, sentir cada latido y bailar a su ritmo sin importar quién está mirando, reírme a carcajada suelta sin importarme quién está escuchando. Quiero sentirme libre, en paz con el mundo y conmigo misma, armonía, encontrar ese punto en el que en el mundo y yo conectábamos con los mismos hilos. A ya veintiuno de abril, jueves.

Lo que siempre está con nosotros.

Dale alas a tu libertad y déjala vía libre, que vuele por donde quiera, que suba, que baje, que roce con la punta del dedo el agua cristalina del mar o quizá prefiera subir tan alto que atraviese de vez en cuando y de cuando en vez todas esas nubes blancas, tan pomposas que parecían puro algodón de azúcar, que ría hasta ahogarse y no poder respirar, que llore hasta no poder más, que se llene de ilusión por dentro hasta que esté hasta arriba, que se entregue a los demás aunque siempre siendo de sí misma. Siente a tu libertad cerca, como si la tuvieras a tu lado, dándote la mano, agarrándote tan fuerte que jamás te iba a soltar. Nunca te soltaría porque eso es algo que nadie te puede quitar. Aunque, pensándolo mejor, tú eras esa libertad a la que debías dejar vía libre, igual que ella surca los cielos y los mares, hazlo tú también, sintiéndote tú, entera y llena, no dejando que se la lleven, al fin y al cabo, es lo único que tenemos. A catorce de abril, jueves.

La cantidad de:

Me parece increíble que no nos maravillemos con la cantidad de: personas, música, películas, poemas, cuadros, esculturas, rimas sueltas, calles, barrios, papeles, árboles, ríos, montañas, valles, bolígrafos, estuches, mochilas, móviles. Con la cantidad de cosas, y ya no físicas, con la inmensidad de sentimientos que nos recorren enteros, por dentro, del pelo más corto hasta el dedo gordo de ambos pies. Sentimos toda clase de sentimientos: desde optimismo a pesimismo pasando por todas las variedades de intermedios que había. La cantidad de colores, de mañanas, de mediodías, de tardes, de sábados, de domingos en los que solamente apetecía ver una película acurrucada en el sofá, de madrugones, de salidas hasta las tantas, de amaneceres, de atardeceres, de meses, de años. La cantidad de palabras, de verdades, de mentiras, de sonrisas, de carcajadas, de lágrimas, de pesadillas, de sueños. Cada uno de nosotros encierra incontables números de cada una de ellas. Me sorprende que no nos im

No sé muy bien qué título poner.

Es increíble cómo la ilusión nos ciega, una banda que no nos deja ver nada y teníamos que orientarnos sin vista. Nos dejábamos llevar por los impulsos, por lo primero que se nos pasaba por la cabeza, por la alegría de un momento, por esa subida de adrenalina en ese instante, por esa carcajada que nunca queríamos que acabara, por ese segundo (por un tiempo) infinito. Así nos sentíamos. Infinitos, llenos, a rebosar, tanto, que soltábamos optimismo a cada puerta que abríamos. No me digas que no es maravilloso sentirte capaz de cualquier cosa, creer en ti mismo, vivir la vida. Quizá nuestro problema era darle tantas vueltas a las cosas. Al final nos mareamos, por idiotas. Vive sin preguntarte el sentido de todo, simplemente, dáselo tú. Baila aunque te mire cualquiera, sonríe hasta que los hoyuelos te duelan, sé tu mismo y dalo todo. Al fin y al cabo, era bonito compartir con los tuyos esa alegría que te llenaba por dentro. A siete de abril, jueves.

Ningún rastro de algún avión.

Me encanta mirar la lluvia, cómo cae en los cristales y en cualquier parte, sin importarle a quién le empape. Me encanta ir en el tren o en el coche, escuchando una melodía al piano (quizá We Had Today) y ver cómo las gotas golpean suavemente y cómo también se unen unas con las otras. Apoyo la cara en mi mano y me quedo fijamente mirando. A saber cuántas gotas están cayendo ahora mismo. Pero, lo mejor de la lluvia, es que sabíamos que en un tiempo las nubes grises y oscuras se difuminarían tanto que acabarían dando lugar a ese cielo azul que tanto me gustaba. Ese cielo sin una nube, ni siquiera blanca, ni siquiera un rastro de algún avión que viajaba a Nueva York. Ese punto en el que el cielo parecía que se juntaba con el mar, ese punto en el que ambas partes se tocaban, tímidas, sigilosas, con miedo. Ese punto. A siete de abril, jueves.

De las pequeñas y cortas. A veces explosivas.

No hacían falta alas para volar, si tenías la imaginación lo suficientemente bonita no necesitabas nada más. A seis de abril, miércoles.

Como si estuviera volando.

Sonríele a la vida e incluso, los más valientes, guiñarle un ojo. Que vea que la estáis disfrutando al máximo a pesar de todos los tropezones, de todas las caídas, de todos los golpes, a pesar de todas esas complicaciones que estaban en nuestro día a día. Aunque, realmente eran pequeñas. Me gusta esa gente que da un paso más y se atreve a todas esas cosas que a otros tanto miedo les daba. No sé, por ejemplo: esforzarte hasta que consigues algo, y si ves que se te escapa entre las manos, volver a intentarlo. Al fin y al cabo, una película nunca se hacía del tirón si no que había muchísimas tomas falsas, ¿o acaso miento? Aprender que la vida es una montaña rusa que, a veces, solamente baja. Sientes ese cosquilleo, quizá adrenalina, aunque solo al principio, pero decidí que durara. A pesar de todo, caer también tenía sus partes buenas, te hacía darte cuenta de quién estaba ahí para darte la mano y chillar contigo porque no tenía otra manera de expresar ese cosquilleo que iba de la cabez

Alma, pero también cuerpo.

Unos dicen que somos solamente alma, otros, alma y cuerpo. Dicen que el cuerpo no vale para nada, que es material, que está para albergar el alma, ya está, sin más. Pero, ¿qué sería de nosotros si únicamente fuéramos alma? Solamente tendríamos recuerdos, pero, ¿cuáles? Todos ellos derivan de algún contacto, de un abrazo, de un roce, de dos besos, de un apretón de manos. A lo mejor solamente seríamos sentimientos sin cuerpo, pero, ¿cómo expresarlos? Cómo expresar tu felicidad si no tienes sonrisa con lo que hacerlo, cómo expresar tu enfado si no tienes ningún ceño que fruncir, cómo disfrutar del paisaje si no tienes ojos con los que mirar. Nos perderíamos tantas cosas como una carcajada que estalla de la nada, como una sonrisa que aparece de repente, como una mirada de alguien que niega apartarse, como un último abrazo que significaba adiós. Está claro que no seríamos nada sin el alma, y desde luego que tampoco sin el cuerpo. Vivían en completa armonía, dados de la mano aunque yend

Sueños y recuerdos.

¿Dónde se encuentran los pensamientos? ¿Los sueños? ¿Los miedos? ¿Los sentimientos? ¿Los recuerdos? Igual os parecen preguntas estúpidas, pero, realmente, ¿dónde están? No los ves. No los oyes. Realmente, ni siquiera los percibes. Están ahí. Siempre. No tengo ni idea de dónde pueden quedarse, aquella vaga imagen de niña, o esa sonrisa que tantos temblores te provoca, o esas ganas de taparte con el edredón desde las puntas de los pies hasta la cabeza entera después de una película de miedo. Los sueños me parecen cosas increíbles. Les llamo cosas pero realmente no sé cómo hacerlo. Cierras los ojos y de repente, muchísimas imágenes se reproducen en tu mente como si las estuvieras viviendo de verdad pero al despertar con el sonido de la alarma y ver la realidad, te das cuenta que nada de eso ha pasado, que todo era mentira. Aunque, a veces, hay sueños que sirven como recuerdos para tener más vivo a alguien, para sentirlo más cerca. No sé cómo somos capaces de, además de soñar, que incl

Sí que éramos capaces de lograrlo, de eso estaba segura.

La vida nos trata como le da la gana, igual nos pone una piedra en el camino más grande que nosotros mismos o igual es un paseo por la arena de alguna playa en la que escuchas de fondo el vaivén de las olas. Las circunstancias importaban mucho, claro, pero, ¿y la perspectiva qué? ¿Qué sería de nosotros sin ella? Poco. Somos así, a veces negativos y por suerte muchas otros positivos, casi tanto, que acabamos siendo hasta un poco irreales. Ellos nos llamaban estúpidos aunque yo prefería optimistas. Simplemente ver la vida de una manera que me permitiera luchar por mí, por ti, por cada uno de todos nosotros, que me permitiera ser libre, conseguir mis objetivos en la vida pero sobre todo, y por encima de cualquier cosa, lograr un mundo lleno de felicidad. Parece que preferíamos el camino del odio, pero yo estaba segura que solamente era cuestión de cambiar el rumbo y olvidarnos un poco del sentido que nos daba la brújula, dejar el mapa en el sitio trasero y empezar a elegir por nosotros