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Mostrando entradas de noviembre, 2014

La pequeña París.

Todos hablamos de lo bonito que debe ser París. Créeme que lo es. Qué os voy a decir de la Torre Eiffel que no hayáis visto ya en fotos. Quizá hayáis visto la típica foto justo desde abajo, mostrando toda ella en sí. Quizá hayáis visto la foto desde su planta más alta. Pero no es lo mismo ver una foto, que saber que tú has estado donde la foto, que estuviste ahí, viéndolo en persona. Estamos enamorados de sitios y cuando vamos, es una sensación increíble. Cómo el viento te sopla en la cara poniéndote el pelo en ella, te incordia, te estorba. Pero estás en París. Bajas de la Torre Eiffel y vas al Arco de Triunfo, no podía faltar. Y pasas a través de sus enormes columnas y subes la barbilla hasta que tus ojos se encuentran con nombres tallados. Y bajas la vista. Sonríes. Estás en París. Subes las escaleras, infernales por cierto, y llegas hasta lo más alto de él. Aprecia la imagen más bonita de París. Ves la Torre Eiffel y también sus pequeñas calles, cómo se encuentran unas con otra

Las luces siguen apagadas.

Ya está oscuro y las luces no se encienden. No hay ninguna luz (tampoco ninguna mano) que me diga qué camino seguir, por dónde ir. Dime qué hacer. Quizá deba quedarme quieta, sentarme a esperar a que llegues, a que me encuentres y así poder ir juntos, de la mano, ayudándonos si uno de los dos se cae. Pero qué haré si no llegas. Supongo que seguiré esperando. Pero, dime, ¿te estaré esperando para que jamás llegues? Quizá por eso deba seguir, tanteando el camino, intentando saber dónde piso; pero si te digo la verdad, no tengo ni idea de por dónde voy. Y tampoco sé qué camino tomar. Las luces continúan apagadas y yo sigo sin moverme. Por favor, ayúdame y dime qué hacer. No sé cómo seguir si no te tengo aquí, todo está oscuro y no puedo ver nada. Te necesito para que me guíes, que me levantes cuando me caiga. Por favor, vuelve e ilumina todo el camino. Empiezo a tener frío, y sigo quieta, sin saber qué hacer. De repente me entra miedo y empiezo a correr, la verdad que sin ningún

Número 17.

Sinceramente, no sabía si estaría en esa calle el hotel. Estaba diluviando y, al principio, decidí no sacar el paraguas; pero no me quedó más remedio cuando empecé a tener frío. Parecía ser que estaba en la calle y en el número correctos: "Sin mirar atrás número 17". Parecía que esa fuese mi calle. "Sin mirar atrás". Por fin encontré el hotel, pero no había nadie en recepción. Mientras esperaba, decidí asomarme por la ventana. Llovía y llovía, la verdad es que pensaba que jamás pararía. Pero qué estúpida, claro que pararía. Pararía y saldría el Sol, brillaría más que nunca. Pero también el Sol se escondería detrás de las grises nubes y volvería a llover. Pero eso ya sería otra vez, otro día. Estaba ensimismada mirando la lluvia, tanto, que no me di cuenta de que me hablaban hasta que me tocaron suavemente el hombro. Me sonrojé y pedí perdón. Me dijeron la habitación, cogí mi pequeño y escaso equipaje y entré por la puerta marcada con un número: 103. Deci