Sé como un pájaro.

A veces, cuando menos necesitamos determinadas cosas, vienen hacia nosotros y vuelven a aparecer.
Esos sentimientos que una vez decidimos echar y que han vuelto, que han vuelto y con más fuerza de la que se fueron. Vuelven para quedarse, pero yo quiero que se vayan.
El miedo llega y atrapa al alma, la envuelve, la da calor y también frío. Pero la acoge y la mece en las noches más oscuras, en esas noches en las que la Luna ni siquiera tiene fuerza para brillar.
El miedo llegó y nos atrapó, colocó bien su jaula de manera que así no pudiésemos salir de ella. Cerró bien la puerta.
Aun así, podíamos ver a través de los barrotes, aunque no sé si era mejor mirar o no hacerlo. No sé si era mejor observar y contemplar cómo todo se desvanecía y nosotros sin poder hacer nada, estando atrapados en esa jaula de la que no había salida.
Nos tenía cada vez más atrapados, la jaula iba siendo más pequeña y nos costaba más seguir.
El miedo nos mantenía cada vez más presos a medida que él era más libre.
Su poder lo obtenía de aquel que nos quitaba, que nos succionaba hasta que ya no nos quedaba nada.
Pero a nosotros nos quedaba algo, quizá no tanto como al principio, pero sí algunos trozos, quizá rotos, pero los teníamos.
Nos aferramos a la esperanza y a la libertad y a partir de ahí todo fue subir. Subir y salir de esa jaula que nos ahogaba.
Y ahora que estamos fuera, podemos respirar tranquilamente, sabiendo que tendremos aire.
Pero ten cuidado, el miedo estará esperando hasta que llegue tu momento más débil para volverte a atrapar.
Pero sé como un pájaro y nunca pares de batir las alas, de volar.

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