21:47.

Vi la vida con más colores que nunca, sentí a las estrellas brillando dentro de mí, a la Luna sonriéndome con la ternura con la que unos enamorados se miran entre sí, al Sol iluminándome todo el camino por delante y al mar susurrándome suavemente al oído para que me durmiera cuanto antes.
Aunque, esa noche no quería abandonarme a los brazos de Morfeo, quería tener la mirada puesta en cada detalle y era incapaz de pasar por alto aquella cantidad de casualidades o de imaginaciones que rondaban mi cabeza en aquel instante.
Quería detener el tiempo, buscar la manera de agarrar la aguja del reloj y hacer que no se moviera nunca, parar la vida y así sentir cómo puedo congelar ese momento durante todo el tiempo que yo quiera. Sin embargo, ¿qué sería de la vida si no siguiera su curso? ¿A dónde iríamos nosotros si parásemos nuestro tren solamente para ver el atardecer en el que el Sol se refugiaba todos los días?
Y fíjate si había días por delante, si cada atardecer era único, si nosotros lo veríamos nostálgico perdido o increíblemente llenos de optimismo.
Así que, súbete a ese tren que está pasando, te lleve donde te lleve y sonríele tanto al camino como al destino que tienes por delante.
A veintiséis de febrero, domingo.

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