Sin más.

Una especie de sensación que me hacía querer saltar, reír, bailar, volar y una larga lista de verbos que implicaran movimiento y buenas vibraciones.
Me encantaba escuchar las risas de la gente, ver cómo en unos segundos en el mundo no había nada más que esa carcajada que había explotado así, de la nada. A veces era un niño y otras un adolescente. Incluso un adulto de vez en cuando.
Quizá la risa se nos iba con el paso de los años. Pero, no tiene que ser así. Quizá se nos fue la inocencia que había estado con nosotros en la infancia.
Sí, creo que era realmente inocencia lo que a veces nos hacía más felices. Creer que el mundo iba bien y que el único problema era que se había gastado la pintura verde y ya no tenía color para pintar la hierba.
Somos tan inocentes que nos creíamos que el cielo era siempre azul, no había más que mirar los dibujos. Para nosotros no existían los días lluviosos, solamente de vez en cuando nos gustaba el frío, cuando nevaba sin parar y conseguíamos hacer alguna que otra tontería.
Ahora, que ya se ve el mundo con otros ojos, nos damos cuenta de los días oscuros, tristes y apagados, que aunque son minoritarios, de vez en cuando, son necesarios.
¿Qué sería de la felicidad si no hubiera tristeza?  Aunque, yéndome por algún lado que no sé a dónde me lleva, he de admitir que muchas cosas depende de cómo las afrontes.
A 14 de marzo, lunes.

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