Las pequeñas cosas.

A veces no me sale escribir nada. Lo intento, rozo con mis dedos las distintas letras de la pantalla, pero no consigo que salga algo.
Todo está estancado, hasta que revienta y de golpe y porrazo la entrada se escribe sola.
La pluma iba cogiendo carrerilla y de tantas ideas agolpadas no daba tiempo a escribir todas.
De vez en cuando me apetece saltar tan alto que mis piernas no puedan más, reír hasta sentir que me quedo sin aire, hasta que me duelan los hoyuelos de esa carcajada tan grande. No había nada más bonito que escuchar una risa sincera, una sonrisa escondida detrás de un mechón de pelo o una mirada tímida.
Quizá estábamos demasiado a nuestro aire como para fijarnos en lo que brilla la luna todas las noches y en cómo las estrellas siempre la acompañan, en lo que podemos conseguir pero no queremos ver, en todas esas pequeñas cosas que solamente de vez en cuando prestábamos atención.
Creo que ir en tren me encanta. Me gusta ir escuchando mi música, ver el paisaje (pongamos que un atardecer en el que el Sol, cansado, se esconde detrás de las montañas), fijarme en cada una de las personas que van en el vagón. Muchas de ellas estaban con el móvil, otras leyendo y solamente una minoría iban como yo, fijándose en cada uno de los detalles que, normalmente, pasábamos por alto.
A 7 de marzo, lunes.

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