30 de marzo.

El tiempo no corre, si no vuela. Éramos tan ilusos que creíamos que en algún momento podrías pararlo hasta el punto de hacerlo infinito. Aunque, igual sí que lo conseguimos. Realmente las fotografías eran como una tomadura de pelo, era poder captar un instante, a alguien, quizá a alguien que ya no está, un paisaje, una carcajada en su mejor momento.
A pesar de eso, queríamos atraparlo siempre y, estaba claro, que las fotografías ya no nos eran suficiente para lograrlo.
Sin embargo, la sensación de estar viviendo un momento que no quieres que acabe porque llega otro nuevo, no era del todo correcta. De hecho, deberíamos sentirnos infinitos, como aquel que dice. Esa sensación de estar escuchando tu canción favorita que dura 3:33, quizá bailando en frente del espejo y sonriendo como si te diera igual lo que pasa alrededor por un momento, quizá gritando a pleno pulmón en un coche llendo a 100km/h y sintiéndote que el mundo es tuyo por unos instantes. Porque, al fin y al cabo, cada uno tiene sus pensamientos, sus miedos, sus ilusiones, sus deseos, sus sentimientos, sus metas. Cada uno se pertenece a sí mismo y solamente de vez en cuando, se comparte. Hablando hasta las tantas de la madrugada en el césped contemplando el amanecer. Hablando desde lo más estúpido hasta la conversación más profunda. Hablando de promesas, hablando del tiempo. Igual también se mencionaba algo parecido a lo que yo estoy escribiendo ahora.
A 30 de marzo, miércoles.

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