Catorce.

A veces, los recuerdos nos llegan de golpe y porrazo, sin avisar se cuelan entre las rendijas del alma y se quedan ahí durante el rato que tú les dejes.
Otras simplemente nos sumergimos en ellos, mirando aquellos álbumes repletos de fotografías de hace tantos años.
Hay tantas maneras de evadirse, de llenarnos enteros de nostalgia, puede ser oliendo aquel jabón o quizá paseando por tu calle favorita de Madrid.
Sin embargo, en algún momento u otro, antes o después, había que volver a la realidad, que sentaba como si nos echaran agua fría por la espalda, como estos días lluviosos en los que una simple gota se cuela por el interior de la camiseta y recorre toda la columna. Una única gota nos produce un escalofrío por todo el cuerpo y que la piel se nos ponga de gallina.
Una gota. Solamente una. Quizá las cosas más pequeñas, los más mínimos detalles, tengan consecuencias más grandes de lo que realmente pensamos. Igual esto no se puede aplicar a todos los ámbitos, pero, ¿qué perdemos por intentarlo? ¿Tanto nos cuesta poner nuestro granito de arena? ¿Tan cómodos estamos en nuestro día a día que nos negamos a procurar mejorarlo?
Tantas veces una puede llegar a escuchar cómo machacan los sueños de alguien, cómo los rompen en cachitos muy pequeños o cómo los queman hasta que quedan reducidos a simple ceniza. "El mundo no se puede cambiar", por ejemplo. Pero, ¿y si sí?
No sé si será sí o si será no, pero lo que sí sé, es que sin hacer nada, no se lograrán diferentes resultados ni se conseguirán nuevos objetivos.
Recordemos esa gota que nos recorre la espalda. Solo es una y nos sacude enteros. Lo mismo pasa con los recuerdos.
¿Pasará igual con cada granito, con cada acción que uno de nosotros hace?
No sé, ¡probémoslo!
A las tantas del ya catorce de agosto.

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