No sabíamos qué canción elegir.

Queríamos bailar, pero no sabíamos qué canción elegir ni tú te acordabas de ninguna para tocar. Al principio pensábamos que vendría bien algo rápido, algo que te hiciera reír y te diese ganas de saltar. Saltar cada vez más alto como si alguna vez alcanzases el cielo, como si hubiese momentos en los que ni tocases el suelo. Después, pensamos en una canción intermedia, esta que tiene sus puntos fuertes, la verdad es que normalmente en el estribillo y también sus partes suaves, donde sólo la voz inunda la habitación o un piano de fondo adorna la canción. Pero no nos sirvieron ninguna de esas dos opciones. Acabábamos demasiado cansados o nos pisábamos los pies, no sé qué era peor. Se nos acababan las opciones hasta que decidimos una lenta. ¿Por qué no intentarlo? Quizá salía bien. En realidad, era difícil, yo no sabía cómo moverme y tú te liabas con los pasos. ¡Olvidemos los malditos pasos! Decidimos empezar a bailar con el piano de fondo, Yiruma. Cómo iba a ser otro. River flows in you quizá era la más acertada en ese momento. ¿Quizá Moonlight? El caso es que sólo necesitábamos la música para empezar a dejarnos llevar.
De aquí para allá, empezamos a dar vueltas y no podíamos parar. Un giro y luego otro paso y de repente me levantas y doy una vuelta en el aire. Después, me bajas. Escucho tu respiración y la habitación se queda en silencio. La canción ha acabado. Pero me sonríes y seguimos bailando. Quizá le dábamos demasiada importancia a la música y nos la quitábamos a nosotros.

Comentarios

Entradas populares de este blog

¿Cómo dibujarías la libertad?

El arte.

Dieciocho.