Tú, tu obra de teatro.

Siempre en nuestras vidas hay un momento que es el momento.
Llega.
Sabes que es él.
Lo disfrutas.
Se va.
Sin embargo, no es pena lo que sientes porque se haya ido, si no alegría de que haya venido. Se nos acerca, sigiloso para que no lo escuchemos, se sigue acercando hasta que llega un momento en el que te roza.
Te asustas.
Él se echa hacia atrás.
Recobras la compostura.
Se vuelve a acercar: lento, tranquilo, calmado.
Y por fin llega, entra dentro de mí, recorriéndome entera, pasando por mis arterias hasta llegar al corazón, sale de éste a través de mis pequeñas venas, alcanza todos mis extremos, de cabeza a pies, de arriba abajo, el cuerpo completo.
El momento había llegado.
No sé cómo definir la sensación, simplemente es como si todo se uniera y estuvieras en completa armonía, contigo, con el resto.
Sin embargo, en ese instante lo demás no existe, solamente estabas tú de pie en el vagón del tren, moviéndote de un lado para otro a causa de los tumbos que éste daba.
Miras hacia la ventana, pero no te quedas ahí, te fijas bien a través de ella. El Sol brilla, lo suficiente para iluminar todo, como un intenso foco en una pequeña obra de teatro.
Una escena aquí, otra allá, un cambio de escenario, unas risas, unos aplausos, una sorpresa, unos asombros, más aplausos que acaban en un bravo y personas de pie gritando.
Tú, tu obra de teatro, tu momento para lucirte, tira el texto en el que pone lo que tienes que decir, improvisa.
Cuidado, atento, ya llega, este es mi momento, dejad que también sea el vuestro.

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