(Paréntesis)

El Sol brillaba con fuerza, hacía calor, se notaba ya cómo habíamos pasado el calendario hasta mayo, mes del amor.
¿Por qué no? Las flores ya están vivas, ya no son tímidas, han salido, han brotado, de semilla a flor han pasado.
La alegría nos inundaba por dentro, y por supuesto que nosotros dejábamos que lo hiciera, vamos, entra, la susurrábamos, para que nadie nos escuchara y entonces se fuera.
Quédate, la suplicábamos, una y otra vez. Fíjate si éramos necios, que no dejábamos que se fuera, queríamos atraparla y dejarla con nosotros.
La abríamos la puerta para entrar, de par en par, y según se quería ir, se la cerrábamos, estábamos demasiado bien así.
Ella empujaba para salir. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis... Perdí la cuenta cuando llegó a la cien.
La puerta se rompió, resquebrajados quedaron sus pequeños trozos. Ahora no sabíamos qué hacer, solamente aparecía un problema detrás de otro.
Llegó la soledad y el dolor, juntos de la mano, la puerta estaba abierta y los intentos por arreglarla fueron en vano. Ambos llamaron a la tristeza, que no se negó a venir, y en cuanto la avisaron, vino de cabeza para acudir a mí.
Cúmulo de sentimientos entre los cuales no sabía distinguir, enfado e ira también aparecieron y yo ya no sabía qué quedaba por venir.
Fin.
Era primavera, la alegría volvería, no sé cuándo lo haría. Pero lo hizo.
No todo era felicidad, ni mucho menos, simplemente tocaba cambio de mentalidad, recobrar el sano juicio y dejar la puerta abierta para entrar y salir cuando a uno le apetezca.

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