La ciudad.

Las calles mojadas con las voces rotas, los charcos ahogando los gritos que ya no escapan y la Luna escondiéndose de la luz de las ventanas.
Las estrellas se me escapan entre los dedos y huyen, iluminándose cada vez menos hasta que desaparecen por completo de mi vista, las nubes cubren todo y la lluvia comienza a empañar los cristales de los coches.
Y, en medio de todo este caos, encuentras la ciudad más bonita que nunca, rota, resquebrajada, hecha añicos y, aun así, brillando para nosotros en cada rincón.
A once de diciembre, martes.

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